Un mes después de la proclamación de la República Catalana, el ya célebre periodista y escritor madrileño César González-Ruano visita Barcelona y se entrevista, entre otros, con el presidente Francesc Macià. En aquel momento, el prolífico González-Ruano colabora en el diario republicano Heraldo de Madrid y el semanario ilustrado Nuevo Mundo, donde –como en el artículo de hoy– ya demuestra sus dotes literarias y su ironía cínica, pero no aun su antirepublicanismo pretendidamente aristocrático ni su proximidad al fascismo.
Autor de miles de artículos y de gran número de libros, maestro de periodistas de varias generaciones, en 2014 el libro de Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia Planas El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado, ponía de manifiesto su antisemitismo visceral, los estipendios que recibía de la Alemania nazi, primero, y de la Italia fascista, después –donde sería corresponsal– y, especialmente, su participación en el expolio a los judíos en el París ocupado, donde posteriormente sería condenado in absentia por inteligencia con el enemigo. Un hecho oscuro de la más que turbia vida de Ruano que, ya había sido apuntada en París: Suite 1940 del mallorquín José Carlos Llop, y que lo vincularía con la venta de pasaportes a judíos perseguidos. Todo ello hizo que la Fundación MAPFRE, que hasta entonces había concedido el premio César González-Ruano de Periodismo –recibido por las plumas más prestigiosas de la prensa española–, cambiara el nombre y la orientación del galardón. De las calles de Sitges, donde pasó temporadas, también desaparecieron los homenajes que tenía.
En el primero de la serie de reportajes sobre Catalunya que Ruano publicó en Nuevo Mundo, el periodista relata el ambiente de concordia y esperanza que se vive en la Catalunya republicana, en contraste con la agitación catalanista contra la Dictadura, que había vivido años atrás. Dice que no ha sabido ver "la estrella del pendón separatista", y que en cambio, la bandera y la tricolor van parejas. Incluso encuentra diferente Els segadors y dice que le han cambiado la letra belicosa. Una imagen de concordia republicana (efímera) que no se priva de resaltar el mismo Macià, a quien visita en el Palau de la Generalitat y que pone mucho cuidado en apuntar que Catalunya "no piensa para nada en separarse de España", pero que si la República no entendiera a los catalanes, "no nos entenderíamos jamás".
"No existe 'hoy' un separatismo catalán, sino un romanticismo catalán"
César González-Ruano
Nuevo Mundo, 22 de mayo de 1931
Debo este reportaje, que por su asunto es sensacional e importante para España entera, a una gentileza catalana que es preciso hacer constar en las primeras líneas, las líneas llenas de honor, de éstas páginas. Gentileza, en general, de todos cuantos me han resuelto dificultades teóricas para tratar de cerca a los nuevos hombres de Cataluña, para abordar clara y sencillamente sus más hondos problemas. Gentileza muy particular de dos periodistas: Paco Madrid y Braulio Solsona, que me han acompañado a los sitios, que me han facilitado entrevistas inmediatas, que me han puesto, en fin, en el primer día toda Barcelona en la mano, en los puntos de la pluma. Gentileza, por fin, de quienes por la importancia de sus puestos padecen al continuo agobio de múltiples quehaceres, de una verdadera legión de visitantes, y quienes no sólo no me han hecho esperar un solo minuto de antesala, sino que me han dado todo el tiempo que he necesitado, considerándome como un embajador de la inquietud y también del amor de España.
La primera impresión que recibo es la del entusiasmo de Cataluña por la República. Todos, unánimemente, parecen soñar con una organización de República Federal y creen llegado el momento en que, sin violencias, sin odios fratricidas, en la mejor inteligencia, sean devueltas sus libertades, cese la opresión que pesaba sobre sus leyes, obre sus costumbres, sobre su idioma, sobre sus himnos y sus danzas, sobre todo un autóctono sentir y expresar de la raza que no por afirmarse en su personalidad, que no por mantener en lo vernáculo y solemne de sus tradiciones, deja de ser española ni quiere—hora es ya de entenderlo—dejar de serlo.
Despierta el pueblo catalán en la República naciente y ni en un solo momento abusa de una libertad provisional que ha de ser definitivamente aceptada por todos, que es el primer problema a resolver en las Cortes.
No he visto sola ni una bandera catalana. Siempre acompañada de la de la República española, y aún, muchas veces, esta última como único pabellón
Por los pequeños detalles se ven en toda su magnitud las grandes cosas. Por la simple anécdota se deduce en su integridad la categoría específica. ¡Balcones de la rambla, de las plazas y calles de Barcelona, qué elocuentes sois para el ojo sano de pupila despierta! No he visto sola ni una bandera catalana. Siempre acompañada de la de la República española, y aún, muchas veces, esta última como único pabellón. Y existe una libertad total. Vive Cataluña los momentos más libérrimos. Pues bien: en este juego ejemplar de banderas no he encontrado en toda Barcelona la estrella del pendón separatista. Esa estrella que no significa, en realidad tal separatismo, sino que –como dice Ventura Gassol– anuncia el salir de todas las demás. (En los Estados Unidos, por ejemplo, ¿quién habla o puede hablar de separatismo? Y, sin embargo, allí en su bandera está la constelación de las estrellas, de todas que, alumbrando la integridad de cada Estado alumbran el esplendor de un país poderoso.
En cuanto a los himnos, yo, que he estado antes y ahora, no puedo encontrar algo más específico que ellos para simbolizar el sentir catalán en otros momentos y en los actuales. Antes como protesta, en el prohibido tono heroico de las conspiraciones prontas a irrumpir en la vida pública, se oía El bon cop de fals; se cantaba y bailaba como un acto político y una rebeldía racial la sardana; ostentaban las solapas simbólicas amapolas que muchas veces fueron arrancadas por las manos de la policía, etc. Hoy, que podrían hacerlo, apenas se oyen otros himnos que La Marsellesa y el de Riego. Cuando he oído, excepcionalmente, cantar Els Segadors, me he apercibido de que su letra ha sido reformada.
Había venido a Barcelona—y así se lo dije a los colegas que me vinieron a ver—después de recabar de mis directores la garantía de una absoluta independencia de criterio y de expresión. Quería olvidarme, en el aeródromo de Getafe, al emprender el viaje en el avión—un elogio aquí desinteresado para la organización feliz de C.L.A.S A.—; quería olvidarme, digo, el prejuicio de que para escribir hay que «meterse con…» o «dar bombo a..». Así, lo que he visto y comprendido es lo que, con la conciencia periodística limpia, con la pluma libre de pasión, puedo ofrecer ahora a la lectura.
"El senyor Maciá"
Aunque sea el presidente, aunque se le llame presidente, casi todos le llaman así: Senyor Maciá. La admiración, el respeto, no es, ciertamente, cuestión de lenguaje ni de fórmula. Maciá tiene actualmente toda la confianza y devoción de Cataluña. Se ha visto, además, que no es simplemente el tipo romántico, el batallador de un ideal desde el campo teórico, sino la voluntad firme y la capacidad política. (Acaso más romántico y desde luego menos político sea Cambó. Cambó, que ha jugado tarde y mal, perdiendo todo en la baraja.).
En el Palacio de la Generalitat, el soberbio edificio que ocupaba la Diputación, tiene la sede Maciá y sus consejeros.
No he esperado, en la gran sala contigua al despacho del señor Maciá, ni un minuto. Me ha introducido inmediatamente el señor Ventura Gassol, consejero de Instrucción Pública, brazo derecho y fiel de Maciá, de quien me ocuparé a continuación.
— Señor presidente…
Maciá es alto, magro, severo de ademán. Tiene algo de lord del Almirantazgo. Un gesto de compostura militar. No lo ha olvidado. Fue teniente coronel de Ingenieros. (Por cierto, que revelaré aquí la última noticia que sé, la noticia que apenas conoce nadie: varios jefes del Ejército tienen pensado pedir en estos días el reingreso de Maciá en el Ejército, de donde, por su política fue expulsado. Grato seria que el señor ministro de la Guerra se apresurara a hacerlo.).
Nos sentamos frente a frente. Maciá llama a un timbre, entra un hombre mixto entre ordenanza y secretario. Le pide tabaco, y, como obedeciendo a un ritual, el hombre entrega al presidente dos cajetillas. Una de tabaco rubio y otra nacional, de peseta. Maciá abre las dos cajetillas. No me consulta. Es una delicadeza que no deja detener su gracia: me da un pitillo rubio, y él lía uno español. Así, como en las antiguas interviús, comenzamos a hablar lanzando al aire una bocanada de humo. El mío es más azul.
Yo era separatista. Rotundamente separatista. Es lógico. Lo tenía que ser, en tanto que veía cómo un Poder nos trataba a latigazos, en tanto que se nos imponía como una servidumbre
Hablamos desde el primer momento del problema del separatismo.
— Es posible —le digo —que en el centro desconcentrara y alarmase más que otra cosa, una razón de lenguaje. Llamarse República catalana..., nombrar ministros... ¿No parecía esto, ciertamente, un Estado? Después—y le miro a los ojos—su nombre de usted. Con todas las precisas salvedades en honor de las altas condiciones que todos le reconocemos. ¿No estaba usted, señor presidente, encasillado sin duda posible, como separatista?
— Desde luego. Pero si usted me permite, vamos por partes. Representa usted en estos momentos, para mí, no sólo periódicos que me son vivamente simpáticos, sino Castilla, una Castilla interesada por conocernos, decidida a hacer historia contemporánea. Porque la interviú me parece Historia. ¿Vamos, pues, por partes?
—No deseo otra cosa, señor presidente
Maciá se acomoda bien en su silla. Da una chupada al pitillo, y dice:
— Yo era separatista. Rotundamente separatista. Es lógico. Lo tenía que ser, en tanto que veía cómo un Poder nos trataba a latigazos, en tanto que se nos imponía como una servidumbre. ¿Qué otra cosa sino separatista había de ser un patriota? El mismo patriota, hoy, con un Gobierno republicano, de buena fe, con un gobierno que parece estar dispuesto a reconocer la libertad catalana, las razones históricas de su personalidad, no hay por qué ser separatista. Cataluña no quiere otra cosa que caminar con sus hermanos de España, con los vascos y los valencianos, con los gallegos y los castellanos, con los andaluces y los aragoneses, con todos, a una República Federal.
—¿Puedo decir esto de un modo taxativo, concreto…?
—Desde luego, y hace usted un servicio a Cataluña diciéndolo. Estamos dispuestos a ayudar al Gobierno en todo cuanto nos sea posible, con toda nuestra fuerza y nuestra alma. En ese sólo deseo vamos a las Cortes,
— Aceptarían ustedes la decisión de unas Cortes en.…?
Cataluña no piensa para nada en separarse de España, sino formar parte de una nueva estructuración federativa del Estado
El presidente me interrumpe con un gesto de su mano fina y tostada:
—No. Alguien, no hace muchos días, me preguntó: «¿Qué haría el señor Maciá si las Cortes no reconocieran esos derechos que quiere para Cataluña?» Yo le contesté: «El señor Maciá..., ¡nada! Pero el señor Maciá no es el señor Maciá. El señor Maciá es Cataluña, el pensamiento catalán en su mayoría.» No era esto una presunción, todo lo contrario. Es, sencillamente, la humildad de haber renunciado a todo personalismo, a todo criterio particular, la convicción de que represento el sentir y el soñar de Cataluña.
—¿Entonces? ¿Quiere usted decir que la decisión de Cataluña se mantiene independiente de una opinión general española?
—Quiero decir lo siguiente: Cataluña no piensa para nada en separarse de España, sino formar parte de una nueva estructuración, como le dije, federativa del Estado, Cataluña sabía que esto, con la Monarquía, era imposible por el camino de la paz, ya entonces confiábamos en que la República, por la que luchábamos combatiendo el Poder real, haría justicia. Así lo espero. Si la República no nos entendiese, seria lastimoso. Habríamos hecho el último esfuerzo sin lograr ser entendidos. No nos entenderíamos ya jamás.
Han dejado estas palabras del presidente una estela de silencio difícil. Su criterio está claro, manifestado noblemente, sin ninguna vacilación, sin ningún arrumaco diplomático. Pero... una cosa fundamental precisa aún aclaración. Doy vueltas a lo que pienso buscando la forma de decirlo. Pero el silencio se me hace casi angustioso y sale a mi boca el ¡¡pensamiento brutalmente, desnudo de toda habilidad:
A nosotros nos basta con que nos digan oficialmente que tenemos derecho a nuestra independencia. Luego, no haríamos jamás fuerza en la tal independencia
—Bueno; pero, en suma, ¿qué quieren ustedes: ¿Un reconocimiento de derecho que luego no pondrían en acción?
-—Exactamente. Hace unos días, en un discurso contestando al comandante de las fuerzas de Reus, le decía que le hablaba en español porque él sabría comprender que era el mayor homenaje que en honor suyo podía hacer. Le invité al mismo tiempo a que comprendiera el sufrimiento de Cataluña privada por la Monarquía y un poder centrista mal entendido, de la pública y oficial expansión de su idioma, que es su alma, su tradición. No necesito explicar a usted cómo Cataluña, históricamente, es un país, un auténtico Estado. A nosotros nos basta con que se reconozca así. Con que nos digan oficialmente que tenemos derecho a nuestra independencia. Luego, no haríamos jamás fuerza en la tal independencia. Queremos pertenecer al mapa de España. Yo creo que el «problema catalán», explicado así, lisamente, en una conversación cordial y sin efectismos ni callejones, no puede estar más claro, ¿Le parece?
—Me parece, señor presidente.
La charla ha derivado ya en son de despedida, por otros cauces. Celebro el edificio de la Generalitat. Maciá entonces se levanta para enseñarme el patio y el jardín. Cruzamos la vasta sala donde espera mucha gente. Gente que me mira con justificado encono, crecido en la larga espera. En el jardín, junto a la fuente, rematada por una maravillosa estatuilla de San Jorge el fotógrafo Gaspar, que venía conmigo y había aguardado pacientemente, nos da el alto con la ametralladora de su máquina.
—Una pregunta final, señor presidente. Y se la hago y me la contesta.
No es éste, naturalmente, el único problema catalán, me dirán ustedes. Claro que no. Hablaremos del comunismo, del pistolerismo... y hasta del monarquismo. Para eso me he entrevistado con otras figuras catalanas de primer plano, tales como Ventura Gassol, como Companys, el gobernador civil. Charlas son éstas que bien pueden ser motivo de otra información. Punto, pues, a los puntos. Silencio de una semana, y otra vez, a la salida de la Generalitat, vida, pasión y viento de Barcelona. Sobre todos, mediterráneos mares a flor de la pupila. Me espera el premio de comer pulpo, ese buen neumático del mar, en una tasca de la Barceloneta.
Foto: Francesc Macià y César González-Ruano en el Pati dels Tarongers.