23 de octubre de 1977. Hace cuarenta años. Josep Tarradellas —125º president de la Generalitat— llegaba a Barcelona después de treinta y ocho años en el exilio y desde el balcón de Palau se dirigía a la multitud concentrada en la Plaza Sant Jaume con el mítico "Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!". Tarradellas pronunciaba estas palabras consciente de que sobre su figura descansaba la legitimidad democrática de la Generalitat republicana. Tarradellas era historia viva. Era miembro fundacional de Esquerra Republicana de Catalunya y había sido conseller de Governació del gabinete Macià (1931); y jefe del Consejo Ejecutivo —el equivalente a presidente del Govern—, conseller de Finances y responsable de se la industria de guerra, con el gabinete Companys (1936-1939). Y era presidente de la Generalitat en el exilio desde 1954, siguiendo el hilo sucesorio Companys-Irla. El retorno de Tarradellas tenía una significación especial. Era, a pesar de todo, el triunfo de la resistencia política y cultural catalana —la catalanista y la no catalanista— a casi cuatro décadas de sumisión al brutal régimen dictatorial franquista.
President en el exilio
El hilo que lleva a Tarradellas hasta la presidencia se inicia el mismo día que el régimen franquista fusilaba al president Companys. El 15 de octubre de 1940, el Consejo Ejecutivo en el exilio nombraba a Josep Irla, president del Parlament y de acuerdo con el reglamento del Estatut, 124º president de la Generalitat. Irla ejercería la presidencia durante catorce años (1940-1954) hasta que su salud, estropeada por las penurias económicas del exilio, lo obligó a renunciar. En aquel segundo turno sucesorio, Tarradellas, sería elegido —en México— por los diputados en el exilio —como lo había sido Companys en Barcelona a la muerte de Macià (1934)— por su condición de hombre de gobierno y se convertía en el 125º president. Tarradellas, su esposa Antònia Macià (hija del difunto presidente Macià) y los hijos de la pareja, Montserrat (nacida en Barcelona en 1929, en las postrimerías de la dictadura de Primo de Rivera) y Josep (nacido en el exilio francés en 1942), convertían su residencia familiar —en Saint Martin-le-Beau (Francia)— en la máxima representación del Govern de Catalunya.
Saint Martin-le-Beau
Una fecha y un lugar. 1954. Saint Martin-le-Beau tiene un sitio destacado en la historia contemporánea de Catalunya. Es una pequeña población de 2.000 habitantes entre el río Loira y su afluente el río Cher; sobre el eje Tours-Blois-Orleans, el núcleo histórico y mítico de Francia, radicalmente diferenciado del paisaje humano y cultural de Catalunya. Un vacío en el espacio y en el tiempo que sería una verdadera prueba de voluntad y de persistencia. Tarradellas, con unos recursos económicos y logísticos muy limitados y con una situación personal y familiar muy difícil, fue capaz de sostener —casi en solitario— la estructura de un gobierno y de una institución en el exilio con el único propósito de mantener su legitimidad y proyectarlos hacia el futuro. Tarradellas, hombre de gobierno, era muy consciente de su papel y siempre tuvo muy claro que su misión consistía en mantener y proyectar un puente sobre el tiempo que algún día legitimaría a una Generalitat restaurada que se explicaría como la legítima continuadora de la Generalitat republicana. Esta decidida voluntad, con errores y con aciertos, le convertiría —en Catalunya, país de mitos— en un político con categoría mítica.
Pragmatismo y sentimentalidad
El difícil equilibrio entre pragmatismo y sentimentalidad que se presupone a un gobierno que ejerce desde el exilio —y que había sido la divisa de la Generalitat durante la presidencia de Josep Irla (1940-1954)— se empezaría a romper en Saint Martin-le-Beau. Tarradellas, en las largas horas de meditación contemplando las calmosas aguas del Loira, formularía una política construida sobre renuncias con el claro objetivo de allanar el camino hacia la restauración de la Generalitat. Pero el inexorable paso del tiempo y la dura represión de la dictadura habían creado una brecha entre el exilio y la oposición interna. Entre Tarradellas y su política pragmática y la Assemblea de Catalunya —la mesa de fuerzas políticas catalanas en la clandestinidad creada en 1971— y su política abiertamente reivindicativa. Después de la muerte del dictador Franco (1975) y la progresiva sustitución de elementos de la vieja guardia del régimen; los nuevos dirigentes se inclinarían por Tarradellas que, paradójicamente, se convertiría en la mejor opción de Madrid para frenar el catalanismo de la Assemblea. Años más tarde, exministros de la UCD (del primer gobierno democrático del postfranquismo) lo confirmarían.
El triángulo negociador
Estos detalles son fundamentales para entender el triángulo negociador formado por el rey Juan Carlos I, Suárez y Tarradellas. El monarca, aunque era —es— hijo de Juan de Borbón —conde de Barcelona— y nieto del rey Alfonso XIII y, por lo tanto, le avalaban los derechos dinásticos, alcanzó la "jefatura del Estado" por herencia del dictador Franco. En unas declaraciones recientes Juan Carlos I afirmó que Franco, en el lecho de muerte, le hizo prometer que "preservaría la unidad de España". Suárez era un tecnócrata con un expediente brillante y con una carrera profesional forjada en la sombra del Movimiento. En una ocasión, mientras ejercía como presidente del gobierno, manifestó dudas de que el catalán fuera una lengua válida para estudiar una carrera universitaria. Y Tarradellas era el hombre de gobierno, el político pragmático que, desde Saint Martin-le-Beau, había visto pasar mucha agua Loira abajo. Que en términos políticos quiere decir hacer buenas ciertas renuncias. 5 de julio de 1976. Adolfo Suárez, nombrado a dedo por el rey Juan Carlos I, toma posesión de su cargo como presidente del gobierno español. Pocos días después, Suárez y Tarradellas mantenían la primera entrevista.
Los mediadores
En aquel contexto surgieron varias figuras que actuarían primero como mensajeros y después como mediadores. Uno de los más destacados sería el periodista barcelonés Carles Sentís; con una trayectoria política que dibujaba un viaje desde Acció Catalana y la Lliga Regionalista —durante la Segunda República— hasta una estrecha colaboración con el franquismo y una intensa participación en el consejo asesor de Juan de Borbón, el padre de Juan Carlos I —durante la dictadura—. Otra figura destacada sería Manuel Ortínez; un banquero de Barcelona que había conseguido la implicación de algunos sectores de la burguesía catalana en el sostén económico de la Generalitat en el exilio. Era amigo de Tarradellas y actuaba como su secretario personal. Al lado de Ortínez destacarían, también, un joven Josep Maria Bricall, investigador que había visitado Tarradellas en el exilio interesado por el modelo económico de la Generalitat republicana, y un experimentado Frederic Rahola, que había trabajado con Tarradellas en la conselleria de Finances (1938). Ortínez, Bricall y Rahola serían consellers de Governació de la Generalitat restaurada durante la presidencia de Tarradellas (1977-1980).
La Generalitat antes que la Constitución
29 de septiembre de 1977. El gobierno Suárez hacía público el decreto que derogaba la ley franquista de 1938 de supresión de la Generalitat. Con este decreto se restauraba —de forma provisional— la Generalitat y se reconocía, implícitamente, la legitimidad y la continuidad de la institución tanto en su etapa republicana como en la del exilio durante el paréntesis de la dictadura. La restauración de la Generalitat se anticipaba más de un año a la promulgación de la Constitución (diciembre de 1978). La Generalitat, órgano político y de gobierno de Catalunya durante la República, era reconocida por un régimen postfranquista que todavía no se había dotado de una Constitución. Y su restauración sería sancionada por el rey Juan Carlos I, jefe del estado español y jefe del ejército español. Son unos detalles muy importantes a retener, sobre todo en el contexto actual. Era el triunfo de Tarradellas que, contra la opinión de Suárez que la pretendía aplazar con posterioridad a la promulgación de la Constitución, había conseguido imponer la restauración con el argumento que, en Catalunya, la Generalitat representaba la legitimidad democrática arrancada de cuajo después del golpe militar de 1936.
El precio de la factura
El 15 de junio de 1977 se celebraban las primeras elecciones generales que en España ganaría la UCD. En cambio en Catalunya el precio de la factura del pragmatismo de Tarradellas (la marginación del catalanismo asambleario) se pagaría con el triunfo electoral de las izquierdas españolas. Años más tarde, aquellos mismos exministros de la UCD que glosaban la figura de Tarradellas, confirmaban también que, en Catalunya, el triunfo de las izquierdas españolas había sido agua de abril que había encharcado los caminos del catalanismo político, el elemento no controlado por los "transicionistas". Presidiendo un gobierno elegido democráticamente y con el catalanismo derrotado electoralmente, el entorno de Suárez —Fernàndez Miranda, Cassinello, Gutiérrez Mellado— adquirió una posición de fuerza que condicionaría, y no favorablemente, el futuro del autogobierno catalán. Durante los dos meses largos que separarían la primera reunión de La Moncloa de la restauración de la Generalitat sucedieron muchas cosas; en muchas ocasiones poco o nada favorables a las tesis catalanistas que Tarradellas ocultaba detrás de una sonrisa o de una declaración esperanzadora.
El caballo de Troya
Los medios de prensa no se hacían eco del contenido de aquellas negociaciones conducidas con un riguroso secretismo. Pero posteriormente, pasados ocho años, Tarradellas explicaría que la ilusión y la confianza colectivas de la ciudadanía catalana contrastaban con la actitud rígida y poco dialogante del gobierno Suárez, empeñado en subordinar la aprobación del autogobierno catalán a la promulgación de la Constitución española con el falso pretexto que el gobierno español tenía la necesidad de crear un estado de opinión —en España— favorable a la autonomía catalana. Explicaría también que, finalmente, se llegó a una solución de compromiso. Una parte de la historiografía contemporánea ha acusado a Tarradellas de haber hecho excesivas concesiones. Pero lo cierto es que en aquel placaje al catalanismo tuvo tanto protagonismo el PSC —que después de la muerte de Pallach (1977) había derivado rápidamente hacia el PSOE y que después del 15-J sería la primera fuerza política en Catalunya— como el mismo president de la Generalitat. Con el pretexto del "ruido de sables" se revelarían las tesis de Ortega y Gasset que tanto han influido, históricamente, en los dirigentes socialistas como liberales españoles.
Ciutadans de Catalunya, ja soc aquí
Con lo que se ha dicho queda sobradamente entendida la parte de la cita que dice "ja soc aquí". En cambio, la otra parte de la cita que se inicia con el "ciutadans de Catalunya" se explica por el contexto "orteguiano" que dominaba —y que domina— la política española. Tanto la prensa como la opinión pública catalanas quisieron ver una afirmación de republicanismo. Un último testimonio de la sentimentalidad de Companys y de Irla, sus predecesores. Pero Tarradellas, en aquel momento histórico, estaba públicamente desmintiendo a Ortega y Gasset que, cuarenta y cinco años antes, en las Cortes republicanas de 1932, había proclamado "es preciso raer de ese proyecto (Estatut de Catalunya) todos los residuos que en él quedan de equívocos con respecto a la soberanía; no podemos aceptar que en él se diga que el poder de Cataluña emana del pueblo (sic) amputemos esa extraña ciudadanía catalana". En aquel momento histórico, a pesar de todo lo que había pasado, rebatía la idea de España del liberalismo y del socialismo españoles; y, a través de la Generalitat, afirmaba Catalunya en su historia, su singularidad y en su compromiso con la democracia.