La ciudad de Múnich se ha sumado este viernes a la cada vez más larga lista de capitales que han padecido en los últimos tiempos algún tipo de atentado terrorista. Sin saber aún si los autores de un número de muertes indeterminado son o no yihadistas -a lo largo de estas últimas horas a veces parecía que sí y en otras ocasiones que no- no deja de llamar la atención cómo se ha activado un mecanismo de información planetaria a la ciudadanía. Y eso tiene mucho que ver con el terror global que nos envuelve y que nos ofrece muy pocas pistas sobre su localización antes de que suceda. El mundo es menos seguro, los ciudadanos menos libres, los gobiernos más previsibles y los terroristas más numerosos.
Así pasamos a hablar de París a Bruselas, de Estados Unidos a Niza y de Múnich al próximo destino. No es que sólo haya escenas de terror en Occidente sino que son las únicas que nos las sentimos próximas ya que entendemos que amenazan nuestra manera de vivir. Convivimos con imágenes también sangrientas de países como Irak, Kenia y tantos otros que sufren el terrorismo pero, reconozcámoslo, nos inquieta mucho menos.
Mientras ello sucede los gobiernos decretan estados de excepción y se militariza el país. Nada que aparentemente revierta la situación y la preocupación de la ciudadanía. Los partidos considerados tradicionales y que han sido los que han permitido avanzar a Europa durante varias décadas -también los responsables del naufragio de las clases medias con sus políticas económicas equivocadas- ceden su puesto a formaciones de corte populista cuando no directamente xenófobo. El cambiante mapa político es un ejemplo y los ciudadanos atemorizados creen que encontrarán solución en estas nuevas formaciones existentes en Francia, Italia, Austria, Holanda... Incluso Estados Unidos se ha atrevido a proclamar candidato del Partido Republicano a Donald Trump, un auténtico disparate. Con un eslogan idéntico al de Marine Le Pen. "Primero Francia", dice la líder del FN ; "primero Estados Unidos", dice el aspirante a la Casa Blanca.
Y todo ello se retroalimenta. En una espiral que no sólo da miedo sino que parece no tener final.