Tal día como hoy del año 1714, hace 303 años, Felipe V —el primer rey Borbón hispánico— firmaba en Madrid la constitución de la Real Academia de la Lengua Española, inspirada en la Academie Française creada ochenta años antes en París por el cardenal Richelieu. La Academia Española era la culminación de un proyecto —iniciado tres años antes— que tenía un doble objetivo: el estrictamente académico, que quedaba resumido en su propia divisa ("limpia, fija y da esplendor"), y el político que perseguía el propósito de convertir al castellano —nombrado reveladoramente "español"— en la única lengua de prestigio y de cultura dentro de los dominios borbónicos hispánicos.
El año 1714 la población del conjunto de los dominios peninsulares borbónicos estaba en torno a los siete millones de personas. Se estima que la mitad de la población no tenía el castellano como idioma propio. El catalán y el gallego tenían, respectivamente, una masa de un millón de hablantes; el vasco y el asturiano, respectivamente, quinientos mil hablantes; y el aragonés, una masa de trescientos mil hablantes. A todo ello había que añadir el idioma caló —de la comunidad gitana— que era el vehículo de expresión de unas cincuenta mil personas. En los territorios periféricos el castellano sólo era conocido —y utilizado ocasionalmente— por una pequeña minoría cultivada que, a través de la enseñanza, también había tenido acceso al francés.
Con la constitución de la Academia Española, las lenguas catalana, aragonesa, vasca, gallega, asturiana y caló quedaban automáticamente excluidas del sistema académico. Condenadas a quedarse recluidas en el ámbito popular, sin posibilidad de existir en los círculos literarios, científicos, políticos, historiográficos o judiciales, y expuestas a la erosión, el desprestigio y la fragmentación. En el transcurso de la centuria de 1700, las nuevas élites castellanizadas de la periferia contribuirían a forjar el estigma que el catalán, el vasco, el gallego, el asturiano y el caló eran el vehículo de comunicación de las personas incultas y rústicas, y que su uso, ante un castellanohablante, era un síntoma de falta de educación.