La subespecie de los cursis afirma que no se puede hacer análisis político de un atentado cuando este es muy reciente, so pena de instrumentalizar el dolor de las víctimas del drama en las luchas partidistas del día a día. Yo diría, contrariamente, que el respeto (a los muertos o a quien sea) pasa por situar los hechos de la historia en un marco esclarecedor y eso hoy, después del atentado en Barcelona, pide a gritos el análisis político, más oportuno que nunca. Hoy resulta pertinente, por ejemplo, recordar que la Generalitat (¡y el sindicato de policías europeos!) ya había advertido al Gobierno español que mantener a los Mossos fuera de los sistemas de información de la Europol era una peligrosa tontería. Hoy es pertinente recordar también de paso que Jorge Fernández Díaz se hartó de celebrar cumbres antiyihadistas excluyendo a nuestra policía y que Juan Ignacio Zoido dilató tanto como pudo la celebración de la Junta de Seguridad de Catalunya, a pesar de la insistencia de la Generalitat.
Eso no es politiquería, son hechos que subrayan cómo se ha intentado aislar a los Mossos de la primera línea policial europea, jugando así con la seguridad de todos los ciudadanos; como también es un hecho incontestable que ayer los líderes del Estado español se ausentaron de Catalunya hasta que de madrugada (¡siete horas después del atentado, siete!), Mariano Rajoy salía a la palestra para recordarnos compulsivamente que tenemos que estar "unidos" frente a la barbarie. ¡Siete horas, cuatrocientos veinte minutos, tardó! Ni Rajoy, ni su vicepresidenta (que es capaz de adelantarse casi como una espía a cualquier declaración secesionista para contrarrestarla a los pocos segundos), ni el rey Felipe VI de Borbón estuvieron presentes en Catalunya, mientras Carles Puigdemont y Ada Colau ya se habían arremangado para trabajar para sus ciudadanos, condenando el atentado y comportándose como dos auténticos líderes de la nación.
Ayer Catalunya vivió un ensayo de independencia durante siete horas y este es y será –pese a quien pese– uno de los hechos memorables de este 17 de agosto histórico. Muchos habían alimentado la sensación de que los Mossos eran una policía de pacotilla; muchos habían especulado con que Barcelona sería una ciudad incapaz de gestionar un ataque terrorista, habida cuenta de que no había podido ni controlar un asunto vandálico en un bus turístico; muchos alimentaron la sensación de que la capital había perdido su capacidad de acogida a los extranjeros y le faltaba espíritu cosmopolita. Todos ellos, pobrecitos míos, se han tenido que tragar, no solo cómo la ciudad reaccionaba al terror con una madurez y una solidaridad inauditas en el planeta, sino como los barceloneses aplaudían a su policía y a sus servicios de emergencia, conscientes de tener una cosa pública de primera división. Mientras tanto, Rajoy daba una caminadita de las suyas.
Ayer, como ya anticipé en El Nacional, algunos periodistas de la tribu, tan innumerables como asquerosos, aprovechaban el ataque para señalar la (hipotética) inestabilidad de la política catalana como fuente propiciadora de este atentado terrorista. Lo que más les duele, sintomáticamente, es que las autoridades catalanas reaccionaran como dios manda al ataque. Lo que no soportan, pobrecitos míos, es que los Mossos vaciaran el centro de Barcelona en minutos, que los servicios de emergencia detectaran a los heridos en una brevedad que sería la envidia de Nueva York y que hoy familias de todo el mundo, a pesar de su luto, hablen maravillas de cómo se las ha tratado en Catalunya el día más importando de sus vidas. No soportan que el país haya actuado como una auténtica potencia, ni que se aplauda a una policía que ellos hicieron todo el posible para que no naciera nunca. No pueden.
Les fastidia el simple hecho de la independencia, aunque provoque muestras de orgullo y de apreciación mundial. ¡No la pueden soportar, ni durante siete horas!