Sobre lo que ha pasado estos días en Galicia han hablado mucho y muy bien periodistas, técnicos, ciudadanos y hasta bomberos. Aunque a estas alturas hay algún pirómano detenido, de la trama organizada de la que hablan ambos gobiernos —el de la comunidad y el del Estado— ni se sabe nada, ni se la espera. La realidad dista de ser tan sencilla como el “terrorismo ambiental” y, si me lo permiten, bastante más dramática que la teoría de los amantes del fuego. Según Greenpeace, Galicia encabeza año tras año la lista de los incendios de España. La mitad de lo que arde en toda España arde aquí. ¿Hay más locos en Galicia que en Badajoz? ¿Nos gusta más la pirotecnia que a los valencianos? ¿Odiamos más el país que los independentistas? Galicia representa el 7,4% de la superficie forestal de todo el territorio nacional y el 8,7% del monte alto español. La nefasta política forestal iniciada a mediados del siglo XX ha provocado la debacle del bosque gallego, desplazando a las especies autóctonas para convertirlo en la fábrica productora de la industria de pasta de papel más grande de toda Europa.

El monte gallego se ha convertido en un polvorín lleno de eucaliptos, que además de propagar el fuego, acaparan ingentes cantidades de agua y desertifican la tierra

Primer problema: la industria del eucalipto. Corría el año 1941 cuando Franco, sofocado con tanto pantano, puso en marcha el Plan Nacional de Repoblación Forestal, cuyo objetivo claro era el suministro industrial por medio de la reforestación de dos especies exóticas: el pino y, sobre todo, el eucalipto. El gran plan de Franco culminó con la joya de la corona, la construcción de ENCE en 1957. La Empresa Nacional de Celulosa se levantó en plena ría de Pontevedra. Bien nutrida gracias a nuestros montes y bien bebida con el agua de nuestra ría, ENCE se privatizó por completo en el año 2001. Aunque no tanto. Se sospecha que en las puertas giratorias de su consejo de administración se han quedado atrapados exmiembros del PP que dábamos por desaparecidos desde la época en que España iba muy bien. ENCE es una fábrica que conocemos de maravilla los pontevedreses, pacientes predilectos de alergias respiratorias, asma e insultos variados desde el otro lado de la ría por su característico y fiel olor. También es conocida por la división que genera en la sociedad el mantenimiento de 500 puestos de trabajo directos respecto a todos los que se podrían generar en un ría limpia y humanizada.

La política de reforestación pública del franquismo fue imitada rápidamente por los propietarios privados y las comunidades de montes que vieron en la plantación salvaje de especies pirófilas la gallina de los huevos de oro. A estas alturas, la superficie de eucalipto en Galicia duplica lo previsto en el Plan Forestal de la Xunta, que limitada su superficie a 245.000 hectáreas para el año 2032. Tenemos 425.00 hectáreas plantadas en 2017. El monte gallego se ha convertido en un polvorín lleno de eucaliptos, que además de propagar el fuego, acaparan ingentes cantidades de agua y desertifican la tierra.

La concesión de ENCE sobre la ría de Pontevedra terminaba en el 2018, pero el Gobierno en funciones del Partido Popular la consiguió prorrogar hasta el año 2073, motivo por el cual el presidente del Gobierno fue declarado persona non grata por el ayuntamiento de su ciudad.

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Fotógrafa: Paloma García

Segundo problema: la ordenación del territorio. Y si el eucalipto da problemas, la ordenación o, mejor dicho, la falta de ordenación del terreno tras el fracaso del modelo agrario tradicional no lo mejora. Según José Balsa Balseiro, “el problema de fondo del monte gallego es que su desarrollo no surge como una apuesta decidida como actividad económica, sino que lo hace como fruto del abandono de las antiguas tierras agroganaderas”. Vamos, que tenemos el monte a monte.

En Galicia, la cuarta parte del territorio forestal es mancomunado, pertenece a los vecinos que lo gestionan a través de las comunidades de montes, una figura que asigna la titularidad de los montes a los vecinos de aldeas, parroquias o lugares determinados. En Galicia hay casi 3.000 comunidades de montes y cada una se maneja a su antojo. La Ley de Montes de Galicia (2012) obliga, al menos, a reinvertir el 40% de todos los ingresos generados —especialmente de la venta de madera— en el cuidado del propio monte, pero ni todas las comunidades lo hacen, ni mucho menos las vigilan. La conclusión no es mía, lo dice Álvaro Martínez, presidente desde hace 22 años de la Comunidade de Montes de Moscoso, un pueblo perteneciente al Concello de Pazos de Borbén y cercano al de Ponte Caldelas, que estos días ha quedado completamente arrasado. Con sarcasmo dice que algunas comunidades usan el dinero para arreglar el tejado de la Iglesia, el palco de la Fiesta, o se reparten el dinero en efectivo mientras abandonan el monte a su suerte. Álvaro también fue brigadista durante muchos años. Desde su experiencia recalca que “hace 35 años era imposible que el monte ardiese así porque la vegetación era diferente y había franjas agrarias”. “Lo que rodeaba los pueblos era un cinturón agrario, cultivado, limpio, el tojo se aprovechaba”. “Empezó a haber fuegos cuando el cultivo de eucalipto avanzó sin ningún control”. Y aunque la normativa dice que no puede haber eucalipto a menos de 50 metros de los núcleos de población “eso no se cumple y, como mínimo, habría que tenerlos a 300”. Álvaro se lamenta que de poco vale tener el monte arreglado si la comunidad de al lado, o los propietarios privados adyacentes, no arreglan el suyo.

Va siendo hora de dejar a un lado los eufemismos de las condiciones climatológicas adversas y hablar de una vez por todas del cambio climático bestial que sufren Galicia y la península Ibérica

Tercer problema: el cambio climático. También se ha hablado mucho estos días del factor 30. El pasado fin de semana las condiciones eran las siguientes: más de 30 grados de calor, vientos de más de 30 km por hora y menos de un 30% de humedad. El domingo la humedad era del 10%. Con esas condiciones no hacía falta ser muy listos para prever lo que se podría venir encima si alguien se echaba un pitillo y Ofelia no descargaba a tiempo. Y no lo hizo. Álvaro fue el encargado de organizar a unos cuarenta “chavales” de la aldea el domingo. “Nunca había visto un mes de octubre como este, fueron los días más peligrosos en años”. “Miré el mapa de previsión, los vientos… y ya vi lo que nos venía encima”. Galicia vive su peor sequía en décadas, y este verano ha llovido un 27% menos de lo habitual. Va siendo hora de dejar a un lado los eufemismos de las condiciones climatológicas adversas y hablar de una vez por todas del cambio climático bestial que sufren Galicia y la península Ibérica. En diciembre del año pasado, 2016, los turistas se paseaban en bermudas por Santiago de Compostela. La odiosa etiqueta #galifornia va a acabar sustituyéndose por #galisierto o #galinfierno. 

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Fotógrafa: Paloma García

Cuarto problema: la descoordinación de los efectivos. En la gestión de los incendios de Galicia hay más gente que en el casting de First Dates. Por una parte, están las cuadrillas de la Consellería de Medio Rural, que contratan nueve meses al año (de marzo a noviembre) como personal laboral de la Xunta. Son una especie de funcionarios que, en los meses de menos riesgo, se dedican también a labores de limpieza, desbroce o a arreglar pistas forestales. También está Seaga, empresa medio público/privada que contrata durante tres meses (a esta empresa pertenecen los más de 400 brigadistas despedidos antes de los incendios), y Tragsa, empresa pública (lo desafortunado de mezclar ambos conceptos) que ofrece servicios a la Xunta y también contrata durante unos tres meses para las cuadrillas de refuerzo. Tanto los empleados de Seaga como los de Tragsa, cobran menos que los de la Xunta y sus condiciones son peores. Por otra parte, están las brigadas heliotransportadas, gestionadas también por una empresa privada no exenta de polémica, Natutecnia. Añadan a este rompecabezas las brigadas de los Concellos y ahora, coordínenlas a todas. Xavier Leiro, brigadista con más de 20 años de experiencia, ha pasado por todas las empresas —públicas y privadas— que se encargan de la extinción de los incendios forestales en Galicia. Reconoce que uno de los problemas es que “está todo dividido” y que “en días como los de este fin de semana el operativo colapsa y es imposible atender a todo”.

Con respecto al protocolo utilizado, Álvaro Martínez tiene sus reservas. “En una situación extrema como ésta no puedes dejar el fuego solo ni un minuto”. “Retirar los medios del foco principal y llevarlos a las casas implica que ese fuego, en esas condiciones, acabe llegando a muchas más viviendas”. De hecho se refiere así al fuego de Ponte Caldelas: “Salvas una aldea y quemas 30, es un disparate”.

Nos olvidaremos también de la vegetación desaparecida y algún empresario espabilado traerá el progreso al terreno quemado. Nadie llorará por la tierra

Quinto y principal problema: somos idiotas. Los muertos nunca volverán y dentro de unos días sólo los llorarán sus familias. Las casas se reconstruirán. Dentro de poco todos nos olvidaremos de las fotos de los animales muertos y quemados, nos olvidaremos de los que se han quedado sin hogar, sin comida, sin manada. Nos olvidaremos también de la vegetación desaparecida y algún empresario espabilado traerá el progreso al terreno quemado. Nadie llorará por la tierra. Los que nos manifestamos una tras otra, pronto volveremos a nuestras vidas de urbanitas cada vez más viejos y más cansados del Nunca Máis. Volverán las escasas lluvias que teñirán de verde las montañas quemadas, volverán los eucaliptos, volverá el capitalismo salvaje, volverá el turismo y el Camino de Santiago, volverá #Galifornia, volverá el dinero a los bolsillos y volverán las elecciones. Y los gallegos tenemos poca memoria.

Álvaro Martínez asegura que el ciclo de los horrores será cada vez más corto y que, dentro de diez años, cuando la vegetación vuelva a crecer acabaremos viendo incendios gigantes como los de Portugal. Los cuatro muertos nos parecerán una broma. “El monte ha cambiado, ha cambiado para siempre y el clima, desgraciadamente, también”.

Por eso dice que las medidas drásticas también hay que tomarlas “en quente”, al calor de los fuegos que han abrasado el país. Porque si no lo hacemos ahora, tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a la mirada de nuestros hijos que jamás conocerán que Galicia fue un vergel en donde comíamos castañas del suelo y hacíamos el amor en la hierba húmeda de los ríos. Y entonces nos preguntarán: ¿por qué fuisteis tan idiotas?

 

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