En España, ahora mismo, existe un déficit democrático escandaloso que es aceptado por la mayoría de sus ciudadanos sin inmutarse. Porque no va contra ellos sino contra los malditos catalanes y sus cómplices. La catalanofobia sembrada durante años para ir ganando elecciones, españolas y regionales, ahora brota con una fuerza que lo tapa todo. Tapa desde la corrupción del partido que gobierna y de sus máximos dirigentes, hasta el incomprensible aumento del precio de la electricidad, pasando por la Operación Catalunya.
España es un Estado donde ir a prisión cada día es más fácil. La ley se tunea a gusto sin ninguna manía y la prisión provisional es aplicada con criterios pintorescos de los que toman nota turcos, sudaneses del sur, yemeníes o kimjongunites. Y el delirio llega hasta una aplicación inconstitucional del muy constitucional artículo 155, entre el silencio del Tribunal Constitucional.
España es un Estado donde hace un año (un año!) que tres personas están en prisión preventiva por unos hechos que todavía hay que aclarar y por los cuales todavía no hay ni fecha prevista de juicio.
Pero España también es el Estado donde la censura se usa de la manera más descarada. Quien se atreve a criticar el pensamiento único, es depurado sin manías, a la luz del día y sin disimular. ¿Por qué? Porque de lo que se trata es de mostrar a todo el mundo qué te sucede si te desvías del recto camino. El último ejemplo ha sido el dibujante Eneko, del diario 20 Minutos, despedido sin ninguna explicación. Él mismo lo ha desvelado en su cuenta de Twitter.
Pero antes que él, muchos otros han perdido el trabajo o se han ido de todo tipo de medios por mantener posiciones críticas. En El País, por ejemplo, la lista es tan larga que si la reproduzco, seguro que me dejo a alguien. Quizás el caso más bestia es el de John Carlin, el autor de Invictus. Tal como lo explicó Toni Piqué aquí mismo, fue invitado a dejar de colaborar en el diario de PRISA, sobre todo por publicar un ensayo sobre Catalunya en... ¡¡¡The Times!!! Allí escribió dos frases que lo sentenciaron: "Nunca he olvidado una conversación que tuve hace 15 años con un hombre que es todavía un pilar del establisment [madrileño]. 'No puedo soportar a los catalanes', se exclamaba. 'Siempre quieren hacer tratos. ¡No tienen principios, por el amor de Dios! ¡Son gente sin principios'!" y "Rajoy acusa a Puigdemont de traidor, pero si el conflicto acaba en violencia generalizada y Catalunya consigue finalmente su independencia, la historia recordará que el gran traidor fue Rajoy".
Lo más triste es que quien ahora se apunta con vehemencia al "a por ellos" porque "ellos" somos nosotros, olvida que algún día estos "ellos" pueden ser ellos. Pero, como dice la muy famosa y muy sobada frase de Martin Niemöller, atribuida a menudo a Bertold Brecht: "cuando finalmente vinieron a buscarme, no había nadie más para poder protestar".