Hay un dicho que reza: "La ignorancia se puede curar pero la estupidez es eterna". El caso del artículo de Jordi Galves, aunque la ignorancia esté en fase muy avanzada, se cura cogiendo la línea 5 del metro y viajando. Cornellà tiene la capitalidad sindical del Baix Llobregat, una comarca que para Galves también debe pertenecer a la Catalunya española. Así lo pone en mi pasaporte, y probablemente en el suyo.
Quizás en estos tiempos de barras y estrellas se quiere echar tierra encima de la historia de la transición y de la construcción nacional que ayudó a hacer la clase obrera cornellanenca y baixllobregatina cuando lo importante no era en qué lengua hablaba, sino cómo conquistar libertad sindical, derecho laboral, mejora de horarios y salarios y autogobierno cuando el franquismo bautizaba el Baix Llobregat no como Catalunya española sino como El cinturón rojo...
Le quiero recordar, por si lo ha olvidado o si no lo ha sabido, que en Sant Boi, ciudad vecina de Cornellà, solo pasado este río Llobregat castellanizado, colonizado, asimilado, explotado y a veces desbordado, tuvo lugar el primero Onze de Setembre el año 76, donde una Catalunya de una sola voz y dos lenguas, gritó "Llibertat, Amnistia i Estatut d'autonomia". Probablemente el grito tenía un acento que heriría los oídos catalanes vivos del compañero Galves al sonar con la 't' comida por un españolismo recalcitrante y olé: "Estatú".
Habrá olvidado que la charnega Banda Trapera del Río, de la "Sati", "la Ciudad Satélite", hizo la primera canción punk en catalán: "Ciudad podrida"; y, probablemente, formará parte de sus olvidos que Cornellà organizó un Congreso de Cultura Catalana de los más masivos de Catalunya con un acto esplendoroso con Montserrat Roig, y, evidentemente, el más diverso: había intelectuales, estudiantes, obreros, políticos, sindicalistas, y sí, también, castellanohablantes y otra gente de mal vivir...
De nuevo, con el honorable José Montilla, vuelve a salir el espíritu Marta Ferrusola cuando ganó el tripartito y dijo: "Es como si nos hubieran entrado en casa". Mientras algunos, que no lo votamos, creemos que Montilla es un ejemplo de la Catalunya abierta, para otros, es una anomalía, como el Baix Llobregat mismo. Yo, que he nacido en el Raval cuando se izaba la bandera española y se cantaba el Cara al Sol en el patio antes de entrar a clase, y que llevo viviendo desde los seis años en Viladecans, nunca he conocido a ningún chico solitario, aislado y asustado por hablar catalán. En todo caso, este niño atemorizado no creo que sea Joan Tardà, cornellanenc de nacimiento y que supongo que aleccionaba en españolismo a sus alumnos en el Institut Esteve Terrades... Tampoco he conocido a nadie, y mi entorno es diverso, de hecho soy charnego vocacional —bilingüe asimétrico, porque siempre que puedo me paso al castellano que mamé del pecho de mi madre asturiana en una habitación realquilada de la calle Robadors y de las palabras de mi padre, autodidacta, manchego y peón de la construcción—, que levante la bandera contra la inmersión al catalán.
Y sí, compatriota Galves, Cornellà, el Baix Llobregat es como Catalunya, los mismos orígenes y diferentes proporciones: catalanes, según aquel PSUC, donde era "catalán quien vive y trabaja en Catalunya". Nuestra preocupación en los setenta era que no apareciera un nuevo lerrouxismo para dividirnos entre los que hablamos castellano y los que hablamos catalán. Su artículo, por desgracia, es una triste prueba de cuánto hemos retrocedido.
José Luis Atienza, ex teniente de alcalde de Viladecans por ICV y coportavoz de Comunes Federalistas