El Estado español tiene ahora mismo dos opciones. Puede dejar que Catalunya se marche en paz, y velar para mantener una cierta influencia política, económica y cultural, o puede tratar de parar la independencia por la fuerza y arriesgarse a perder también Mallorca y la Comunidad Valenciana, una vez haya lanzado por la ventana el capital democrático que había ido acumulando hasta ahora.
Todo el mundo dice que Rajoy podía haber evitado el baile de bastones del domingo, pero no es cierto. La única manera de impedir la independencia de Catalunya es y ha sido siempre la violencia. Por eso el catalanismo funcionó hasta la desintegración de Yugoslavia, es decir, mientras la guerra fue la forma más común de resolver los pleitos entre los países europeos.
Si no ha sido posible celebrar un referéndum acordado no es porque la ley española lo prohíba, sino porque los discursos que Madrid, y los funcionarios y los políticos que ha formado desde hace siglos, lo hacen inviable. España ha perdido porque ha seguido confiando en el chantaje de la violencia en el momento más dulce de su democracia. Ahora tendrá que escoger entre acabar como Serbia o salvar los muebles con estilo, como Inglaterra.
Así como los catalanes estamos aprendiendo a trancas y barrancas que hay una cosa peor que la guerra, que es vivir en la ignominia, los españoles tendrían que aprender a gestionar las derrotas sin quemarlo todo. El franquismo y el pujolismo han enseñado a los catalanes a que un país no se puede sostener sobre un miedo ilimitado a la violencia. Ahora, el independentismo tendría que enseñar a los españoles a que, en un Estado del siglo XXI, la ley no puede ser una excusa para pisotear a las minorías.
Si Madrid intenta recurrir a la fuerza, por mucho que lo haga en nombre del estado de Derecho, solo acelerará el renacimiento de la nación política catalana. Ha sido suficiente con una semana para que las fronteras psicológicas y morales que habían quedado enterradas por el miedo, la hipocresía y el dinero se alzaran entre los dos países de una forma. Si Madrid va más allá empeorará la situación, por mucho apoyo que supuestamente le dé Bruselas.
Las condiciones que permitirían al Estado crear un terror capaz de enterrar el anhelo de libertad de la mayor parte de catalanes activos y arraigados en el territorio, ya hace tiempo que no se dan. El catalanismo nació de la necesidad de asegurar los negocios y la lengua ante la agresividad de un imperialismo castellano que también ha perdido la razón de ser. Madrid ya no es una capital aislada del mundo, y España ya no se muere de hambre ni es un país de analfabetos.
La cultura que hizo inviable la supervivencia política de Catalunya en los años treinta, es precisamente lo que ahora hace inviable la unidad de España mediante la fuerza bruta. La historia de España se acabó en 1936, después de que tanto la derecha como la izquierda fracasaran en su intento de resolver el problema nacional. Desde entonces, hemos tenido una dictadura atroz y un tiempo de propina para que la separación se pudiera hacer sin muchos traumas.
El miedo que hace la independencia tiene más que ver con los fantasmas del pasado y con el temor que algunos tienen de sentirse juzgados por la historia, que con la realidad objetiva. Las cosas que decimos y hacemos en un contexto pueden parecer monstruosas o criticables en otro. Pero los tiempos cambian. Si las nuevas generaciones de articulistas y políticos madrileños no contribuyen a hacer que la separación se produzca de manera amistosa, les puedo garantizar, aunque no sea brujo, que el incendio les llegará cada día con más fuerza a su casa.
La imagen del rey Felipe VI amenazando a los catalanes no autonomistas con el retrato de Carlos III de fondo, el monarca que impuso el castellano a las escuelas del país, tendría que ayudar a entender sobre qué bases se ha articulado la democracia española. Supongo que el Rey es rehén de la élite madrileña y de los pactos con el franquismo, de lo contrario no creo que hubiera puesto la monarquía en una situación tan crítica.
Felipe VI habría podido ser rey de las Españas, si hubiera intercedido para que se celebrara un referéndum acordado y hubiera ganado el sí. Ahora queda claro que si la idea le hubiera pasado por la cabeza la corte de Madrid tampoco le habría permitido llevarla a cabo. Catalunya solo tiene la salida de la independencia y lo tiene fácil para conseguirla, siempre que no se deje arrastrar por los políticos asustadizos que creen que el referéndum fue demasiado bien.
Catalunya está matando el pujolismo y la España autoritaria que lo justificaba, y toda la determinación que los políticos no tengan ahora, son víctimas que contaremos dentro de unos años, en los dos lados. Quien crea que exagero, que piense en Macià, que no quiso atentar contra Alfonso XIII y cedió a las amenazas para evitar una supuesta guerra con España. Cinco años más tarde, todo el mundo ya sabe qué pasó.