El presidente de Junts pel Sí, Lluís Corominas, nació en la calle Major de Castellar del Vallès en 1963, en una estirpe de pequeños fabricantes textiles, que se remontaba a los tiempos del bisabuelo. La empresa, de unos veinte trabajadores, fue a la quiebra en 1973 arrastrada por la crisis del sector y la familia se tuvo que reinventar como pudo.
La madre, que era nieta de un maestro de escuela de Béjar que había ido a parar a la Garrotxa, abrió una aula de costura en el piso de encima de la casa familiar. El padre, que había renunciado a los estudios superiores para poder llevar la fábrica, se buscó la vida como pudo.
Desde pequeño, Corominas se aficionó al baloncesto, que había entrado en la población de la mano de su padre, que los primeros años tenía que utilizar una pelota de fútbol para poder jugar. De joven, empezó a combinar los partidos y los entrenamientos con la coordinación de las entidades de baloncesto de la población.
El baloncesto y el derecho llenaron los primeros años de su vida profesional y seguramente marcaron su estilo de hacer política. Al salir de la carrera trabajó de abogado en barrios complicados de Sabadell, y pagó los primeros gastos de su propio despacho con el dinero que sacaba jugando de escolta en el club de la ciudad y, también, haciendo de entrenador en Castellar.
El baloncesto es un deporte de contacto, que pide dominar el cuerpo a cuerpo en espacios reducidos, pero que también exige visión de equipo y una observancia estricta de las normas. El espíritu rocoso y eficaz que pide este deporte, y que ya le debió servir cuando tenía el despacho laboralista en Sabadell, debe haber tenido alguna cosa a ver con la manera que ha tenido moverse en el mundo político.
Saliendo de un partido de baloncesto, un familiar lo llevó a un acto de CiU encabezado por Albert Antonell, un historiador local nacido en 1936 que entonces era el alcalde de Castellar del Vallès. Corominas y Antonell conectaron enseguida y el presidente de Junts pel Sí acabó en las listas municipales. Aunque puso como condición poder seguir haciendo de abogado, las cosas no fueron como estaba previsto.
Al cabo de un año, Antonell dimitió y el grupo municipal puso Corominas de sustituto. Tenía 29 años, y el primer problema que tuvo que gestionar fue el cierre de una gran fábrica que había dado trabajo a la población desde la crisis del textil de los años setenta.
Lo debió hacer bien porque pasó 12 años al frente del municipio. CiU no tenía muchos alcaldes que mandaran en poblaciones transformadas por el impacto de la inmigración. Tampoco tenía una política municipal bien estructurada, como el PSC, que hizo de la necesidad virtud y se aferró al poder local para combatir la hegemonía pujolista en la Generalitat.
En los años 90, la mayoría de alcaldes venían de los primeros tiempos de la democracia y Corominas imprimió un estilo fresco a su gestión. Mandar en un municipio pide resistencia física y el presidente de Junts pel Sí es una especie de panzer. Sobrio con las palabras, tiene una fachada de calma institucional que le da un cierto magnetismo, pero vive las cosas muy adentro y no es un santo. Cuando le conviene, sabe defenderse.
En las municipales de 1999, Corominas renovó su mandato en Castellar pero CiU sufrió un descalabro. Entonces, Jordi Pujol y Artur Mas lo propusieron de secretario de organización de CDC y su carrera dio otro salto. El hecho de entrar de paracaidista en la estructura de mando de un partido sin estrategia municipal le dio mucha libertad.
Su posición en CDC se fortaleció todavía más en los años de la travesía por el desierto. El hecho de que CiU hubiera perdido a la Generalitat le dio margen para dar cuerda a perfiles jóvenes del ámbito municipal. En 2003 entró de diputado en el Parlament y, aunque trató de compatibilizar el cargo del partido con la alcaldía, el estrés lo llevó a dejar el asiento municipal en 2004.
En las municipales de 2011, CiU superó por primera vez al PSC en número de ayuntamientos. En el 2015, en plena crisis socialista, su partido revalidó la hegemonía territorial, ahora quedando por delante de ERC, también bajo sus órdenes. Desde el 2008, Corominas era miembro de la Mesa del Parlament, de la cual ha sido vicepresidente primero dos veces.
A pesar de la experiencia acumulada, este verano dejó la Mesa para presidir al grupo de Junts pel Sí, en sustitución de Jordi Turull, que fue nombrado conseller por Puigdemont. Los dos forman parte de la generación más joven de veteranos de CDC, que es la única que ha sobrevivido a la trituradora del procés. Luchadores y poco lucidos en el contexto autonomista, de política retórica y ambigua, su perfil parece que vayan cogiendo valor y pedigrí en medio de la destrucción de imposturas que ha producido la batalla con España.