Escribimos esto con la esperanza de contribuir a hacer justicia. Una esperanza, sin embargo, que es más bien escasa porque parece que a aquellos a quienes corresponde decidir sobre la libertad de dos compañeros, la verdad les importa poco. Sin embargo, nos parece que el más honesto y humilde servicio que podemos hacer en la defensa de los principios básicos de la democracia es relatar todo lo que vivimos. Se trata, quizás, de un ejercicio de responsabilidad moral.

Miércoles 20 de septiembre, desde primera hora de la mañana y hasta entrada la madrugada, estuvimos delante de la sede del Departament d'Economia. Estábamos, como el resto de los miles de ciudadanos que también se congregaban, indignados por la detención de catorce servidores públicos. Estar allí era, en sí mismo, un acto de protesta política. ¡Y tanto! Una protesta totalmente legítima. Necesaria. Estaban en juego nuestros derechos fundamentales. Por eso estábamos allí. Pero al mismo tiempo nos pareció que, dada nuestra condición de parlamentarios, podíamos ayudar en lo que hiciera falta a fin de que fuera una concentración popular, cívica y pacífica. Como lo han sido todas y como también lo fue aquella.

Y, efectivamente, desde nuestra posición (justo delante de la puerta del Departament) pudimos constatar varias cosas. Y en algunas de ellas, incluso, ayudamos a que sucedieran. Pudimos ver, por ejemplo, a los centenares de voluntarios de la ANC y Òmnium haciendo un cordón de seguridad preservando la entrada y la salida del edificio. Fuimos testigos de los repetidos llamamientos a la calma. Los hombres y las mujeres habilitados con el correspondiente chaleco verde se dedicaban a mantener el orden. Ahora sí, ahora también, se inculcaba serenidad. Y se velaba para que nadie sufriera ni se sintiera agredido. Nadie. Repetimos: nadie.

Y los Jordis. Jordi Cuixart y Jordi Sànchez estuvieron siempre allí. Evidentemente, que estaban. Por suerte. Iban arriba y abajo ayudando a garantizar un acto de protesta firme pero sereno. Sin ni un gramo de violencia. Al contrario, se dejaron todas las fuerzas con el fin de proteger la integridad de todo y de todo el mundo. Durante todo el día. Incluso pidiendo a la gente que se congregaba sobre los coches de la Guardia Civil (entre manifestantes y periodistas) que los abandonaran. Los escuchamos rogar a aquellos que se subían sobre los vehículos policiales que bajaran. Y lo hacían, claro, por la seguridad de todos.

Y llegó la noche. Y acabó el registro en el interior. Y los dos Jordis estaban preocupados por ver cómo podían garantizar que la Guardia Civil y la comitiva judicial pudiera salir de allí sin incidentes. Eran momentos tensos, evidentemente. Pero lo eran porque intentaban buscar la fórmula que permitiera superar la situación. Y entraron dentro del edificio y acompañados de nosotros negociaron con el mando del operativo. Le ofrecieron varias vías. Incluso, los diputados nos pusimos a disposición. Si hacía falta, nosotros ayudaríamos a mantener el orden poniendo nuestros cuerpos como protección. El mando lo rechazó. Pero en el mismo momento que lo hacía, daba las gracias por la actitud de los dos líderes cívicos. Entonces, los dos Jordis entendieron que la única manera de asegurar la salida de los de dentro y al mismo tiempo evitar cargas policiales era procurar dispersar a la gente.

Y que nadie se piense que esta era una decisión sencilla. En absoluto. De ninguna manera es fácil dirigirse a miles de personas que están legítimamente indignadas para pedir que se marchen. Que vayan hacia casa esperando más movilizaciones. Os aseguramos que hay que ser valiente para hacerlo. Y responsable. Muy responsable. Pero lo hicieron. Y nos pidieron a los diputados de JxSí y la CUP que les ayudáramos a hacer el llamamiento. Les parecía que nosotros podíamos ejercer la influencia respectiva para dar apoyo a su llamamiento. Y cuando los diputados que firmamos esta carta dijimos que sí, que acompañaríamos a los dos Jordis en el momento de explicarlo a la multitud que se mantenía en la calle, de pie, desde hacía horas, los Jordis nos abrazaron. Era un gesto de gratitud tan natural y espontáneo como innecesario. Lo hicieron porque sabían que modestamente los ayudábamos. Demostrábamos, de nuevo, la unidad política y cívica que ha permitido avanzar a este movimiento de manera pacífica. Y por eso, los acompañamos sobre el escenario que se había colocado horas antes en la esquina entre Gran Via y Rambla Catalunya.

Y el resto, es conocido. Es sabido que se pidió a la gente que se dispersara. Que se fuera a casa a descansar para el día siguiente. Había que seguir nuestra lucha política. No hace falta que lo expliquemos. Circulan muchos vídeos que demuestran lo que pasó sobre el escenario y sobre el automóvil de la Guardia Civil (convertido en la atalaya improvisada desde la cual se podían dirigir a la gente con la certeza de que serían vistos y escuchados). Han querido aferrarse a esta imagen. Ellos dos, megáfono en mano, sobre el 4x4 policial. Les parece que esta imagen demuestra todo aquello que les quieren imputar. Pero no lo han escuchado. No han escuchado lo que dijeron. Ni una palabra. No han querido escuchar nada. Porque si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta de que lo que hicieron fue un gran acto de responsabilidad ciudadana. A riesgo de no ser entendidos. Cosa que, en algún caso, pasó.

Pero eso tanto da. Cuando no se quiere reconocer la verdad no importan uno, cien o mil vídeos. No importan las palabras y los hechos. Se ha construido una narración política para justificar dónde estamos ahora, y la realidad —creen aquellos que los juzgan— no les estropeará el relato.

Hoy Jordi Cuixart y Jordi Sànchez están en la prisión. Incomprensiblemente, desvergonzadamente, injustamente. Son presos políticos. Porque la suya —no nos engañemos— es una causa política. Y en esta tesitura, seguramente esta carta servirá de poco. O más bien, de nada. Pero igualmente la firmamos orgullosos de haber compartido con ellos aquel momento. Y de haberlo hecho con la voluntad de defender la dignidad de un pueblo pero sobre todo asegurar la paz. La firmamos porque les queremos ver fuera, con sus familias. Son inocentes. No han cometido ningún delito y necesitamos decirlo. Y la firmamos, sobre todo, porque amamos los derechos fundamentales de la gente de este país. Porque amamos la verdad.

 

Lluís Llach, Jordi Orobitg Roger Torrent son diputados de JxSí en el Parlament de Catalunya