Nadie lo diría por su aspecto bondadoso y el trato exquisitamente amable que dispensa a El Nacional en un hotel de la Via Laietana, de regusto casi centroeuropeo. Pero a Václav Klaus, expesidente y ex primer ministro de la República Checa, se lo podría considerar uno de los predecesores de la actual oleada de políticos europeos populistas -en este caso, de derechas- por su euroescepticismo declarado y su tono a menudo polémico, sin pelos en la lengua. Su rivalidad con el mítico Václav Havel, padre de la "revolución de terciopelo" (1989), que llevó la Checoslovaquia comunista a la democracia liberal, tampoco lo ha ayudado mucho. Pero todo eso, sin ser incierto, sería un retrato demasiado reduccionista de un personaje bastante más complejo que ya tiene su lugar en la historia como propulsor del feliz "divorcio de terciopelo" (1992) que convirtió a Chequia y a Eslovaquia en dos estados independientes.
Klaus se convirtió, ciertamente, en un incordio para el resto de socios de la UE durante la negociación del tratado de Lisboa, y estos días ha aplaudido el Brexit; pero durante su presidencia, Chequia entró en la Unión, en el 2004. Klaus, ciertamente, defiende que los estados refuercen sus poderes en una reorganización comunitaria, pero fue él, en su calidad de primer ministro, y no Havel, el presidente, quien negoció la separación entre Chequia y Eslovaquia con Vladímir Meciar. Un proceso hacia la independencia justo en el epicentro de Europa, que devino modélico comparado con el caso de la antigua Yugoslavia y de algunas repúblicas de la antigua URSS.
Klaus nació en la Praga de 1941, en plena ocupación nazi -Hitler dividió la Checoslovaquia nacida en 1918 de las cenizas del Imperio Austro-Húngaro entre el protectorado de Bohemia y Moravia y el estado satélite eslovaco. Hijo de familia humilde y ya bajo el régimen comunista -Checoslovaquia, organizada federalmente, era uno de los países que quedó al otro lado del telón de acero-, se licenció en Comercio Exterior en 1963, y pudo ampliar estudios en Italia y los Estados Unidos. Cuando los tanques soviéticos aplastaron la primavera de Praga, en 1968, Klaus era un joven investigador en la Academia Checoslovaca de Ciencias (CSAV), desde donde después pasó al banco central y posteriormente, de nuevo, a la CSAV.
En 1989, cuando empezó la revuelta contra el régimen comunista que encabezaba un Gustav Husak ya abandonado a su suerte por Moscú, y en paralelo a la caída del Muro de Berlín, Klaus, decidido partidario de la economía de mercado, se incorporó al Foro Cívico de Havel, organización cívico-política que pilotó la transición a la democracia. Pero en 1991 se escindió del Foro Cívico y fundó su propia organización política, el Partido Cívico Democrático, con el que ganó las elecciones.
La separación, la mejor solución
Si Havel fue el último presidente de Checoslovaquia y el primero de la República Checa, Klaus fue el último jefe de gobierno de la Chequia federada con Eslovaquia y el primer ministro de la Chequia divorciada, entre 1992 y en 1997. Entre el 2003 y el 2013 sería el presidente de la República, cargo en el que sucedió Havel. Si este fue el líder de la revolución de terciopelo que sancionó el fin del dominio soviético en el país, Klaus lo fue de una separación igualmente suave.
El 20 de junio de 1992, Klaus y Meciar llegaron a la conclusión de que la mejor solución para los intereses de la Chequia y la Eslovaquia postcomunistas era la separación, con la creación de dos estados soberanos. El 1 de enero de 1993, Checoslovaquia dejó de existir. La de Chequia y Eslovaquia fue una transición y una (doble) independencia exprés: seis meses. Havel dimitió de la presidencia porque se oponía a que el acuerdo no fuera sometido a un referéndum, además de la ratificación por parte de las asambleas legislativas respectivas, pero después regresó.
La de Chequia y Eslovaquia fue una transición y una (doble) independencia expreso: seis meses
El movimiento independentista era más fuerte en Eslovaquia, pero el país era en aquel momento más débil que su vecino. Chequia tenía el doble de población y territorio y una larga tradición industrial, que en el caso eslovaco se reducía a las fábricas de armamento creadas por los soviéticos después de 1945. Quizás por eso, Meciar propuso una tercera vía: una reforma confederal del Estado checoslovaco con presidencias rotatorias, pero Klaus arrinconó a su interlocutor en un esquema de todo o nada: o mantener Checoslovaquia o la separación. Meciar apostó por el segundo camino y Klaus aceptó.
Ni Chequia ni Eslovaquia se han hundido después de separarse de manera ejemplar. Los dos estados son miembros de la UE y de la OTAN. Las reformas económicas de corte neoliberal implementadas por Klaus hicieron emerger la economía checa, aunque después hubo crisis, como en toda Europa; y la menos avanzada Eslovaquia ha conocido un crecimiento económico espectacular que ha situado el PIB por habitante casi al mismo nivel que el de su vecino. Los checos ya no miran a los eslovacos con la soberbia con que lo hacían antes.