Nou dones acusen Plácido Domingo d’haver-les assetjat sexualment durant anys. Vuit d’elles ho fan anònimament. En canvi, n’hi ha una que ha volgut fer públic el seu nom: la mezzosoprano Patricia Wulf. Totes coincideixen a dir que el cantant espanyol les pressionava per mantenir relacions sexuals i que les castigava professionalment si s’hi negaven. Però el seu testimoni no convenç tothom. Entre els que posen en dubte que les nou denunciants siguin víctimes de res, Cayetana Álvarez de Toledo i Arcadi Espada. La marquesa del PP qualifica de “histérico linchamiento” les denúncies contra Domingo i el columnista d’El Mundo afirma que “algunas mujeres utilizan el sexo para obtener poder”. A l’altre plat de la balança, la periodista Karmele Marchante, que dona tota la credibilitat a la paraula d’aquestes dones i narra la seva pròpia experiència amb el cantant.
Des del blog que té al ‘Huffington Post’, la Karmele Marchante revela una trobada molt desagradable amb en Plácido Domingo. Va passar a la dècada dels 80 a Barcelona: “Recuerdo un día que le hice una entrevista en el Liceu. A solas él y yo, en su camerino. Cuando cerré el magnetofón se acercó más de la cuenta y con cara de “a mí mi está todo permitido” me invitó al mismo hotel en el que se alojaría en Nueva York una semana después y donde de paso lo podría admirar (sic) en el Metropolitan Opera. Y “como teníamos amistades en común”, salir a cenar luego. Algo sonó en mi interior a encerrona rara y me aparté, justo en el mismo instante en el que entraba sin llamar Marta Ornelas, su esposa”. L’escriptora catalana acusa el cantant d’excedir-se amb ella, tal com han fet les nou dones que ara el denuncien públicament.
Karmele Marchente explica també que la dona de Plácido Domingo va reaccionar furiosa quan se’ls va trobar al camerino: “La señora pensó más de lo que vio y, cual protagonista de las óperas de su esposo, estuvo a punto de caer verbalmente sobre mí, cuyo estado me llevó a una fugaz despedida y a desaparecer sin ser vista por el agujero de la cerradura, no sin ver que el divo retorcía su mano, miedoso de su reacción. Traspuesta, marché a mi casa y llamé a personas amigas que sabía podrían consolarme. A las dos en punto de la madrugada sonó mi teléfono, que no cogí yo. Era Plácido desde Viena para disculpar a su cónyuge y no a él mismo. Sin embargo, mantenía la invitación”.
Tot i que la narració de la periodista catalana acaba amb una sentència esfereïdora: la dona del cantant estava al cas del que feia el seu marit. “Ornelas jamás dejó a Plácido a pesar de todo lo que sí sabía. Solo ella lo conocía de verdad. Aunque en su defensa puedo pensar que la habían educado para soportar estoicamente a un hombre así”, assegura.