La vida dentro de la Casa Real española ha estado marcada por secretos y silencios, especialmente en torno a la figura de Juan Carlos I. Desde hace décadas, el rey emérito ha protagonizado una serie de escándalos amorosos que, a pesar de conocerse públicamente, nunca fueron abordados de forma directa dentro de la familia. Sin embargo, cuando Letizia Ortiz se unió a la familia real tras su compromiso con el entonces príncipe Felipe en 2003, la situación se tornó complicada para ella, especialmente al descubrir la doble vida de su suegro.

El escándalo más reciente, que incluye las conversaciones íntimas entre Juan Carlos I y Bárbara Rey, ha vuelto a poner el foco en los amoríos del emérito. No obstante, Bárbara Rey no fue la única mujer que estuvo involucrada con él; nombres como Corinna Larsen o Marta Gayà también forman parte de esa lista de relaciones extramaritales que, según los asesores reales, no debían ser discutidas.

Portada revista Privé Bárbara Rey i Joan Carles

La reina Letizia aprendió rápido la lección

Según diversas fuentes, cuando Letizia comenzó a comprender el alcance de las infidelidades de Juan Carlos I, su reacción fue de incredulidad y rechazo. Como alguien con fuertes principios morales, la revelación de que su suegro había mantenido relaciones extramatrimoniales con varias mujeres le resultó profundamente incómoda. Sin embargo, Letizia no tuvo otra opción que aceptar la realidad, y fue aconsejada por los asesores de la familia real sobre cómo manejar esta información.

Estos asesores le dejaron claro que el comportamiento de Juan Carlos I era un secreto a voces dentro del círculo íntimo de la monarquía, y que ni siquiera debía mencionarse. La instrucción fue tajante: "De eso ni se pregunta ni se habla". Esta regla no escrita había sido aceptada durante años por la reina Sofía y los hijos del emérito, quienes, aunque sabían lo que ocurría, optaron por mantener una fachada de normalidad en público. Sofía, por su parte, había decidido desde el principio poner el deber como reina por encima de sus propios sentimientos, manteniendo la apariencia de un matrimonio funcional en los eventos oficiales y vacaciones en Palma de Mallorca.

Juan Carlos I y la reina Sofía

Vista gorda y oídos sordos

Poco a poco, Letizia entendió que en la Zarzuela, el poder y las apariencias pesaban más que cualquier dilema moral. Felipe VI, consciente de lo difícil que sería para su esposa procesar esta información, probablemente fue quien la puso al tanto de la situación, preparándola para lo que implicaba ser parte de la familia real.

Uno de los episodios más impactantes en torno a estas revelaciones fue el papel de Corinna Larsen, cuya relación con el rey emérito se prolongó durante más de ocho años. Durante ese tiempo, Corinna fue una presencia habitual en la vida familiar de Juan Carlos I, al punto de organizar la luna de miel de Felipe y Letizia, lo que demuestra hasta qué punto estas relaciones paralelas se entrelazaban con la vida oficial de la familia.

A pesar de las dificultades iniciales, Letizia supo adaptarse a las reglas no escritas de la familia real. Según Pilar Eyre, la reina aprendió una lección clave tras conocer estos secretos: la discreción. Aunque nunca llegó a aceptar completamente el estilo de vida de su suegro, comprendió que mantener ciertas apariencias era esencial para la supervivencia dentro del mundo real.