La efeméride por los 20 años de matrimonio entre Felipe y Letizia ya es una realidad. Una jornada que recuerdan con mucha más efusividad los medios de comunicación, los cortesanos y los que no, que los propios protagonistas de aquel bodorrio en el corazón de Madrid. Ni el rey ni la reina tienen previsto ningún acto en su agenda; tampoco una de aquellas apariciones fuera de carta, haciendo el papelón de enamorados en el cine, en una marisquería o dando un sencillo paseo romántico por algún punto de la capital de España. Vaya, que es 22 de mayo de 2024 como podría ser 7 de octubre, 4 de marzo o 26 de febrero. La emoción es la misma. Ninguna. Como mínimo, es significativo.
Ante la actividad igual a cero por parte de los royals, tenemos que sumergirnos por enésima vez en todo lo que pasó en aquella jornada nupcial pasada por agua. 1.700 invitados, con Jefes de Estado, presidentes, empresarios, artistas y VIPS de todo tipo y condición, desde Nelson Mandela a Pau Gasol, estaban convocados a la cita. Las medidas de seguridad, extremas: por la concentración inaudita de mandatarios internacionales, pero también por la proximidad de los atentados del 11-M. Las declaraciones de José Rodríguez Tarín, uno de los coordinadores del convite y exmiembro de la Guardia Real, lo corroboran: los camareros del banquete eran, en la gran mayoría, militares infiltrados entrenados para servir la comida en condiciones sin perder de vista cualquier incidente relativo a la seguridad. Sin embargo, se ve que el celo no fue tan intenso como nos quieren hacer creer. España es así.
Un coronel del Ejército español hizo acto de presencia en la catedral de Almudena, escenario de la ceremonia religiosa, poco antes de que los contrayentes formalizaran su compromiso. Este militar no tenía invitación, se estaba colando. Quería curiosear el bodorrio, o quizás, la probabilidad con más papeletas de ser cierta, tocarle las narices a Juan Carlos de Borbón, su jefe. Y es que Amadeo Martínez Inglés, hoy en día con 88 años, es la pesadilla de Zarzuela. Sus libros contra el emérito son tan contundentes como necesarios para construir la biografía del personaje. Haber pasado tanto tiempo al lado del royal le proporcionó material suficiente para enterrarlo en ácidas críticas. Un obseso y depredador sexual, más 20 hijos ilegítimos, luna de miel en compañía de señoras que no eran Sofía, franquista, bocazas... Una auténtica perla, el Borbón.
Pues bien, Amadeo, con ganas de marcha, alquiló una habitación tres días antes del enlace en un hotel próximo. La mañana del día de los autos, con uniforme de gala de coronel, sin invitación y sin que nadie le cerrara el paso en 6 controles policiales, accedió al templo por una puerta lateral. Fue recorriendo el edificio, pasando junto a los bancos reservados a personalidades como el príncipe Carlos de Inglaterra, Alberto de Mónaco o Mohammed de Marruecos. Lo hacía armado con un revólver, una pistola corta, del calibre 22. La pifia de los policías y guardias civiles, demencial. Ni cacheos, ni preguntas. Tuvo que ser un miembro de la Guardia Real, que intentaba ayudarle a encontrar su asiento, el que descubrió el pastel. Martínez Inglés, con toda la sinceridad, le confesó la verdad. El hombre se quedó espeluznado, y lo acompañó a la salida. No lo detuvieron, no. De hecho, la noticia no se explicó hasta dos días después, para evitar la vergüenza y el escándalo ante las delegaciones extranjeras. Porque Amadeo no es ningún loco peligroso, pero la tragedia estuvo mucho más cerca de lo que parece.