Parecerá increíble porque hace semanas que se habla de ello, pero ahora sí, el aniversario de bodas de Felipe VI y Letizia Ortiz es inminente. 24 horas quedan para la celebración oficial de aquella fecha. Dicho con todas las cautelas, claro. Celebrar, celebrar... pues un poco como aquello de 1492, el "descubrimiento" de América y el día de la Hispanidad: nada que celebrar. El romanticismo hace tiempo que saltó por la ventana de Zarzuela, y la mejor prueba es la sesión fotográfica publicada este fin de semana. Los retratos familiares donde más que una pareja parecen colegas. Y de los que no siempre se soportan.
Ha llovido mucho desde aquel famoso 22 de mayo de 2004 en la catedral de Almudena, primero, y más tarde en el Palacio Real de Madrid. Llovía a cántaros, de hecho, durante la ceremonia. Un presagio interesante sobre cómo sería su relación a partir de aquel instante. Una unión detestada por el lado royal, que se dedicó a hacer la vida imposible a la novia y a su familia. Especialmente al padre plebeyo y divorciado, al que miraban con desconfianza, pero incluso Paloma Rocasolano recibió. Durante el bodorrio, bajo la mirada de los teleespectadores, de los 1.700 invitados y del enorme dispositivo de seguridad e intendencia desplegado aquel día, los royals tuvieron que hacer esfuerzos para no delatarse.
Acabado el oficio religioso, a cargo del polémico Rouco Varela, llegaba el momento del banquete. Un montaje descomunal, preparado con mucho tiempo de antelación, y gracias al cual los VIPS asistentes pudieron ponerse hasta arriba de aperitivos, bogavante y aves, aparte de un pastel nupcial de 150 kilos de peso. La comida fue meteórica, 1 hora y 20 minutos. Parece que había prisa para acabar aquello. Organizativamente, por descontado: un evento con decenas de Jefes de Estado, Familias Reales, presidentes, empresarios y famosos provocaba pánico. El encargado de coordinar todo aquello acaba de explicar algunas intimidades jugosas: José Rodríguez Tarín, director del Hotel Wellington, ex Guardia Real destinado 20 años en Zarzuela, donde hacía de sumiller del emérito. Fue el responsable de organizar las bodas de las infantas, y volvían a confiar en él para la del futuro rey.
Atención al secreto que revela Tarín: centenares de militares se tuvieron que disfrazar para infiltrarse durante la comida. No solo eso, llegaron a hacer un cursillo acelerado de hostelería:De los 300 camareros que participaron 180 eran militares de la Guardia Real, sin experiencia alguna. Durante tres meses se les impartió un curso intensivo de protocolo para servir un evento de esas características. Después se hicieron varios ensayos generales en la Guardia Real e incluso en el hotel Wellington, escenificando paso a paso la boda. Al final la disciplina militar fue un valor añadido en la ejecución del evento, porque salió perfecto. Por cierto, nadie se dio cuenta de que entre los camareros había 60 mujeres que disimularon su melena con moño o gomina, ya que todos iban ataviados como caballeros de época, a la Federica". Nos deja sin palabras. Todo falso. Todo mal.