Mientras Felipe, Letizia, la princesa Leonor y la infanta Sofía continuaban su tour por Asturias, yendo a pasear por las calles de una villa a la cual le otorgaron el premio de 'Pueblo Ejemplar', mientras un niño pequeño dejaba de pasta de boniato al rey por no quererle chocar el puño para saludarlo, otra parte de los Borbones estaba a unos cuantos kilómetros de allí para rodearse, no de campesinos y trabajadores del campo, sino de royals y aristócratas.
En la gala de los Premios Princesa de Asturias, la reina Sofía sintió de cerca cómo pasaba de ella su nuera, cómo Letizia la ignoraba olímpicamente. Seguro que este sábado se pudo resarcir en una boda donde todo el mundo la saludaba, estaba por ella y le reía las gracias. Porque Sofía volvió a casa. ¿A España? No, a Grecia.
Se acaban de casar Philippos de Grecia y Nina Flohr, un enlace esperadísimo por la realeza europea, que reunió a muchos representantes de diferentes casas, como hacía tiempo que no se veía, y que dejó muchos detalles. Por primera vez en meses hubo un bodorrio de los que tanto gustan a reyes y princesas, con todos ellos luciendo las mejores galas... Y algún detalle grotesco. ¿Quién si no? La infanta Elena, como no podía ser menos.
Pero vamos por partes. Este sábado la Catedral de Santa Maria de la Anunciación de Atenas se puso engalanada para recibir a los más de 100 invitados a la boda. No estaban, sin embargo, todos los que tendrían que haber estado. Los primos del novio por parte española, por ejemplo, hicieron mutis por el foro. Ni el rey Felipe, en Asturias con su familia, ni la infanta Cristina, en el Palau Blaugrana, al lado de Iñaki Urdangarin, viendo el debut de su hijo Pablo con el Barça de balonmano, fueron.
Sí, evidentemente, estaba la tía del novio, que cuando va a Grecia se siente acompañada y cobijada, mucho más que en la soledad de Zarzuela. En Atenas todo eran reverencias para Sofía y numerosas muestras de respeto a su rango. Una Sofía encantada de la vida que sacaba a pasear toda la artillería en cuestión de joyas y lujos. Sólo hay que ver que sacó del cajón su pieza preferida, tal como destaca la revista Vanitatis, un colgante de rubí que heredó de su madre, la reina Federica, que luce sólo en las grandes ocasiones.
Sofía no fue la única Borbón que estuvo presente. La acompañó, haciendo de muleta, la infanta Sofía, la única que parece estar pendiente siempre de sus padres y que les va a ver (a Abu Dhabi) y acompaña cuando hay jaranas como esta boda, la infanta Elena. Pero ya sabemos todos que a la hermana del rey hay una cosa que la vuelve loca: la bandera española. A la mínima que puede, sale al balcón a demostrar que a españolidad, no hay quien la gane.
Pero alguien le tendría que decir a la infanta que deje de hacer el ridículo, que ya sabemos que ella, como decía Rajoy, es muy española y mucho española. Que se postula para sustituir al toro de Osborne si hace falta. Pero ir a una boda de gala, donde todo el mundo se ponía joyas y vestidos exclusivísimos, y no ser capaz de dejar guardada la pulserita con la rojigualda en casa, es esperpéntico. Porque la infanta fue la única que aparte de lucir colgantes, pendientes y collares, también se puso la banderita española en la muñeca, detalle del todo gratuito e inapropiado.
Claro está que una de las presencias que cautivó más a los asistentes fue la de una radiante Marie Chantal Miller, la enemiga número 1 de Letizia, némesis declarada de la reina española, que le cantó las cuarenta, y de qué manera, después del feo a Sofía en la Catedral de Palma.
La mujer de Pablo de Grecia estaba espectacular, y durante buena parte del enlace, charló afectuosamente con Sofía y Elena. No cuesta imaginar que probablemente entre las tres le hicieron un traje a medida a Letizia y la pusieron de caer de un burro. Y Sofía, encantada de estar al lado de ella y su marido, y lejos de su querida nuera.
Una nuera a la que le debieron de silbar los oídos de mala manera.