A pesar de que el rey emérito Juan Carlos I se instaló en los Emiratos Árabes Unidos en agosto de 2020, no ha dejado de generar atención mediática. Ya sea por reuniones con familiares en Abu Dabi, por sus escapadas a España o las informaciones que van saliendo a la luz y apuntan a nuevos escándalos, el padre del rey Felipe VI ha seguido siendo actualidad.

Mientras tanto, su día a día en Abu Dabi está marcado por un círculo íntimo que no solo le ofrece compañía, sino que también le proporciona protección y asistencia ininterrumpida. Entre estos aliados más cercanos se encuentran el teniente coronel Vicente García-Mochales, apodado "Mochi", y el cabo primero Cabello, dos hombres de su máxima confianza que han estado a su lado desde el inicio de su exilio.

Juan Carlos y Mochi vestidos igual en Sanxenxo / EP
Juan Carlos y Mochi vestidos igual en Sanxenxo / EP

Los escoltas de Juan Carlos I se cansan de Abu Dabi

García-Mochales, con una dilatada trayectoria en la Casa Real, ha sido un colaborador cercano a lo largo de varias décadas. Su perfil, marcado por la discreción y la eficacia, le convirtió en una de las pocas personas con acceso directo e incondicional al exmonarca. Cabello, por su parte, ha servido en la Infantería de Marina y ha sido parte de unidades especializadas en la protección de personalidades de alto nivel. Ambos han llevado a cabo una función que va mucho más allá de la seguridad convencional: han sido confidentes, asistentes personales y apoyo emocional en los momentos más delicados del rey emérito.

Sin embargo, después de cuatro años de servicio ininterrumpido y tal y como informan algunas  fuentes cercanas al emérito, estos dos miembros clave de su escolta han solicitado su traslado de regreso a España. No son los únicos: varios de los militares que conforman su equipo de seguridad han manifestado su deseo de abandonar Abu Dabi, argumentando agotamiento, aislamiento y desgaste emocional.

Juan Carlos graduación efe
Juan Carlos I / EFE

Quieren volver a España con sus familias

La vida en Abu Dabi, a pesar de su lujo y modernidad, se ha convertido en una prisión dorada para los escoltas. La estricta rutina, las jornadas extenuantes y el poco contacto con sus familias han erosionado el compromiso de quienes, en un principio, estaban dispuestos a seguir a Juan Carlos I hasta el final. A pesar de recibir una importante remuneración económica, la situación ha terminado por pesar más que la lealtad profesional.

Mientras el ex monarca disfruta de una existencia marcada por el lujo y la exclusividad, sus escoltas llevan una vida mucho más restringida. Estos deben limitar sus desplazamientos y evitar cualquier exposición mediática. Esta discreción impuesta ha derivado en una realidad sofocante: los momentos de ocio y desconexión son prácticamente inexistentes, y la convivencia dentro de un círculo tan reducido ha generado tensiones inevitables.

Las videollamadas y los viajes ocasionales a casa no han sido suficientes para paliar el sentimiento de ausencia y distancia. Con el paso del tiempo, la idea de seguir atrapados en un país ajeno, protegiendo a un hombre cuyo futuro es cada vez más incierto, ha dejado de ser una opción atractiva.