El españolismo se hace cruces. Ahora, con 'razón'. Porque Pablo Iglesias es vicepresidente del gobierno y ministro. La pesadilla de Carlos Herrera, que tarda en exiliarse en Somalia, o de tertulianos de Antonio García Ferreras como Chani Pérez Henares, que saca espuma por la boca. La momia de Franco fuera del Valle, y republicanos comunistas traidores en el Consejo de ministros. Las salas de terapia patriotera van llenas. Aunque psicólogos y psiquiatras tendrán que hacerle un hueco a la primera institución del estado, que tampoco ha vivido el mejor día de su vida con el juramento de cargos del nuevo gobierno de Pedro Sánchez en el Palacio de la Zarzuela (con un socialista catalán que pasaba "por allí"). El jefe del estado, el rey Felipe, incapaz de ocultar su malestar por lo que estaba pasando delante de sus reales narices. Al menos, las imágenes ofrecen esta sensación.
Iglesias cumplía con la fórmula protocolaria, prometiendo los cargos asignados por el acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos. Y Felipe lo miraba con aquella expresión en la cara tan característica que hemos visto en ocasiones también históricas, y asociadas a chapuzas, pifias y ridículos protagonizados por y con sus súbditos. Un rictus que más que solemnidad, transmitía rechazo. Quizás no es estrictamente personal, pero la gesticulación frente a Iglesias era casi obligada para contentar a los monárquicos del 'A por ellos'. La red no ha dejado pasar la oportunidad de comentar la mueca borbónica.
La cara es el espejo del alma, reza el dicho. Y la de Felipe es una bicoca para detectar el asco real. Jugando al póquer sería el 'primo' de la mesa.