La visita de los emperadores de Japón, Naruhito y Masako, ha sido la primera gran recepción oficial de Carlos III en Buckingham Palace desde que se anunciara que el rey de Inglaterra sufría cáncer. Un compromiso de enorme trascendencia en un momento convulso y lleno de incertidumbre para el futuro de la corona, con la princesa Kate luchando contra la misma enfermedad. La cita fue un éxito, con el monarca ofreciendo una imagen de normalidad que es un auténtico tesoro para la Casa Real. La minuciosidad británica ha cuidado cada detalle. Y precisamente, en la letra pequeña, es donde hemos encontrado detalles sorprendentes.

Uno de ellos se produjo durante el banquete real ofrecido por los anfitriones, con centenares de invitados en palacio. El diario The Telegraph, a través de sus expertos en crónica real, han descubierto una ausencia significativa en el menú ofrecido para agasajar a los japoneses. Parece una nimiedad, pero tiene su trasfondo. También su historia. Una que se remonta 400 años atrás, y de la que fue partícipe la madre del rey, la legendaria Isabel II. Su hijo Carles la ha fulminado al vetar un producto muy concreto. Durante el postre, faltaba algo: la piña.

Isabel II, Juan Carlos y Sofía / EFE

Esta fruta tropical ha formado parte de la propuesta culinaria de los festines de gala de Buckingham Palace desde el año 1625, cuando el rey Carlos I la incluyó al considerarla un artículo exótico y de imposible acceso para el populacho. El viaje desde las zonas tropicales era larguísimo, pesado y, muy probablemente, un auténtico desastre para las cualidades gastronómicas de esta bromeliácea original de América del Sur. Un detalle insignificante, porque en la lluviosa, fría y climáticamente antagónica Inglaterra no existía ningún producto similar en términos gustativos. Era una delicatessen, un lujo supremo. Una forma de marcar paquete y quedar muy bien con las visitas más importantes. Aquella costumbre se ha mantenido en el tiempo hasta el pasado 26 de junio de 2024, cuando desapareció de las mesas reales. Fuera.

El banquete en honor a los emperadores de Japón / GTRES

La piña servía de postre, pero también como elemento decorativo en los centros de mesa. Isabel II ordenaba cajas y cajas de piñas para los almuerzos y cenas oficiales, sin importarle la sostenibilidad ni aquella etiqueta de "kilómetro cero". Parece que por aquí van las cosas; Carlos, animalista, ecologista y sensible con causas como la del cambio climático, habría querido minimizar la huella de carbono durante las fiestas royals. En su lugar, el rey ordenó colocar enormes ramos de flores que salían de los jardines de Buckingham y del castillo de Windsor. Después, a la hora de la manduca, ni rastro de la famosa fruta, cuando no hace mucho su presencia estaba asegurada. De hecho, durante las visitas de los presidentes de Sudáfrica y Corea del Sur sí que estaba disponible. A los japoneses, sin embargo, ni una triste rodaja. Ni conserva. La piña es non grata. Como Enrique de Sussex, vaya.

Carlos III y Camila con el emperador Naruhito en el banquete / GTRES