Un puñado de horas más y todo acabará. Venga, va. Buckingham Palace sueña con llegar al 6 de mayo y cerrar la carpeta coronación y empezar una nueva era. Una más discreta, tranquila, digna de un rey. Carlos III ha esperado toda una vida para suceder a Isabel II y llega tarde, cansado y lo más importante: con una imagen pública tocada. No es su madre, un mito monárquico mundial. Tampoco es que sea su hermano Andrés, claro, famoso por todo lo contrario, por indigno. Carlos es, en el imaginario colectivo, la media naranja podrida de Lady Di o "el del támpax" de Camila Parker Bowles. También el padre del que muchos parroquianos desearían que cogiera las riendas de la casa de los Windsor, Guillermo, o el de aquel que está levantando polvareda, alfombras y pelos de tanto tirarse de ellos con su salida de la Familia Real, Harry. Completira la cosa.
Carlos, hay que reconocerlo, está sudando la gota gorda en su tour de presentación como monarca del Reino Unido. Entre preparativos, viajes (algunos de ellos frustrados), llamadas de Zarzuela y Juan Carlos y apagar fuegos familiares, el hombre no da abasto. Se acerca el gran momento y no lo dejan ni un segundo en paz. La maquinaria avanza, ya tiene monedas, lista de invitados 'modestita' pero complicada (2.200 elegidos ante los más de 8.000 de Isabel) y la corona ensanchada al milímetro para que quepa en su cabeza. Una corona muy pesada y en la que no todo es dorado y reluciente, no. Hay manchas, oscuras e imborrables.
Carlos III, un rey mucho menos querido y respetado que la difunta Isabel II
Si Isabel II no disfrutaba del respeto de todos y cada uno de los territorios del Reino Unido, imaginen qué pasará con el heredero. Las protestas antimonárquicas se han popularizado desde que Carlos recibió el encargo de suceder a su madre, un hecho anormal en el supuesto Disneyland de las monarquías mundiales: Inglaterra. Un disidente republicano inglés es un fenómeno extraño de ver en público, pero fuera de sus límites fronterizos también los hay y son muchos. Pregunten en Irlanda o a Escocia, por ejemplo. En este último país que aspira a ser independiente y en el que muchos catalanes han depositado sueños, esperanzas y energías, se ha producido la última gran manifestación popular anti Carlos III. Tot el camp és un clam sería un buen resumen.
El rey humillado por una multitud a pocas horas para la coronación
El partido de fútbol más apasionado por Escocia es el Old Firm, el derbi entre el Celtic y el Rangers de Glasgow. Los católicos contra los protestantes, independentistas contra unionistas, republicanos contra monárquicos, entre muchas otras sensibilidades irreconciliables. Este fin de semana se ha jugado una semifinal de Copa en el estadio del Rangers, con victoria visitante por 0-1. Los aficionados verdiblancos estaban eufóricos. Y en las postrimerías del partido, cuando esperaban el silbido final del árbitro, el estadio local fue profanado. El escritor Quim Monzó comparte el vídeo de la afición del Celtic cantándole a pleno pulmón "métete la coronación por el culo" a Carlos III. Casi peor que la derrota contra el enemigo más odiado, la humillación contra el ídolo. El vídeo es brutal.
Tendrán que hacerla más pequeña de nuevo, la corona. Los orfebres reales a punto de pedir la baja.