Desde que Carlos III asumió el trono británico, su empeño por cumplir a cabalidad con los deberes reales ha dejado claro que no hay enfermedad que lo frene. Ni siquiera el diagnóstico de cáncer, que sorprendió al mundo, ha logrado doblegar su determinación. El monarca, con una trayectoria marcada por la disciplina impuesta desde su infancia, se resiste a aflojar el paso, incluso cuando su entorno más íntimo ruega por un respiro.
Aunque ha tenido ingresos hospitalarios recientes y su salud exige prudencia, el rey de Inglaterra se niega rotundamente a delegar funciones o reducir su carga laboral. Lejos de retirarse, ha incrementado su presencia pública con un entusiasmo que desconcierta tanto a su equipo médico como a sus asesores más cercanos. "Quiere morir siendo rey, como su madre", afirman desde los pasillos de Buckingham, donde ya no saben cómo convencerlo de bajar el ritmo.
El juramento invisible: morir como rey, sin ceder ante nada
Carlos III parece más obsesionado con el deber que con su propia supervivencia. Tras una reciente gira por Italia junto a la reina Camilla, que incluyó audiencias privadas con el papa Francisco y fastuosas cenas de Estado, el soberano regresó al Reino Unido con la misma energía con la que partió… a pesar de haber sido hospitalizado días antes. Su esposa, la reina Camilla, ha confesado que el monarca se encuentra motivado por su amor al trabajo, lo que le otorga fuerza para seguir.
“Le encanta su trabajo y eso le hace seguir adelante. Y creo que es maravilloso, ya sabes, si has estado enfermo y te estás recuperando, estás mejorando, y ahora él quiere hacer más y más y más. Eso es lo que lo impulsa”, afirmó la consorte. Sin embargo, desde Buckingham han admitido que todos en Palacio están preocupados, ya que han intentado que baje el ritmo, pero simplemente no quiere. Esta revelación, lejos de tranquilizar, ha reavivado los rumores de una salud más delicada de lo que se admite públicamente.
Carlos III ignora todas las alertas: la obsesión por imitar el legado de Isabel II
En uno de sus últimos actos públicos, Carlos III y la reina Camilla asistieron a un servicio religioso en Crathie Kirk, cerca de Balmoral, donde celebraron su aniversario de boda. Allí se interpretaron, por primera vez, tres composiciones musicales creadas en honor al amor duradero del monarca. Detrás de este gesto romántico se esconde una estrategia clara: demostrar que sigue al mando, que sigue siendo el símbolo de una corona viva y en movimiento.
Pero no todos comparten su entusiasmo. En privado, altos funcionarios del Palacio aseguran que el ritmo del Rey es insostenible. Si bien aún cuenta con la aprobación médica para algunas actividades, cada aparición pública es estudiada con lupa. La familia real teme una recaída fulminante, como la que sufrió su abuelo, Jorge VI, quien también enfrentó un cáncer y se negó a dejar el trono, falleciendo mientras dormía.
No obstante, Carlos III está decidido a morir con las botas, o más bien, con la corona puesta. Al igual que su madre, la reina Isabel II, quien jamás consideró abdicar, el actual monarca ve la renuncia como una traición al juramento de por vida que hizo al Reino Unido. Su visión de la realeza está anclada en la permanencia, en el ejemplo de resistencia, aunque su cuerpo le grite lo contrario. El rey no solo lucha contra la enfermedad, sino contra el tiempo. Sabe que su reinado llegó tarde y quiere aprovechar cada segundo.