Carlos III continúa con su lucha contra el cáncer que le detectaron hace pocas semanas. A falta de un diagnóstico concreto y oficial, la rumorología en torno al monarca no invita a ser optimista. No presidirá este martes la misa funeral por Constantino II, de momento. La corona ha empezado a preparar un eventual traspaso de poderes, el segundo en 2 años, colocando al frente de la Casa Real a Guillermo de Gales, un hombre consumido y angustiado porque su mundo se hunde. Perdió a una madre en trágicas circunstancias, un hermano por luchas intestinas y una abuela que creía inmortal y eterna. También puede perder a un padre que acaba de subir al trono, como quien dice hace dos minutos, y el colmo: puede perder a una mujer, enferma de una patología abdominal misteriosa e incapacitante. Vaya panorama.
Este escenario, el de la renuncia de Carlos III, es el más extremo, pero no descabellado. Sin embargo, y como es lógico, la premisa es recuperarse y continuar el reinado unos cuantos años más para acabar traspasando el trono al heredero de una manera menos abrupta. Y en eso está el marido de Camila Parker Bowles, recibiendo tratamiento y el calor popular. También el familiar, con excepciones y algunas situaciones particulares. Por ejemplo, lo que pasa con Enrique de Sussex. El hijo que se marchó de mala manera de Buckingham de la mano de la actriz norteamericana Meghan Markle, que ha crucificado a toda la Royal Family en unas memorias y que, a raíz de la enfermedad paterna, parece hacer movimientos que intentan la reconciliación, la paz y quizás la vuelta a UK. Una meta inalcanzable: no se lo pondrán nada fácil, ni desde Londres ni desde el dormitorio conyugal.
La última aparición de Enrique, aquella visita exprés a su padre y que acabó al cabo de 30 minutos "porque no quería compartir habitación con su madrastra", ha añadido un nuevo capítulo al serial de conflictos entre los Windsor. La reunión, además, estaba capada por los médicos del rey, que desaconsejaban una exposición prolongada a situaciones que le podían hacer subir la tensión. Y claro, charlar con su hijo y oveja negra es un festival para las pulsaciones. En resumen: que él no quiere ver a Camila, pero su padre tampoco se muere por recuperarlo. Enrique es el in-deseado. Y más que él, su mujer. El origen de muchos de los males de la familia. Ahora bien, que Meghan tampoco tiene interés por recuperar armonías, obtener perdones y hacer las paces. Tampoco por volver a vivir en Inglaterra. Juró no pisarla nunca más. Pero se está desdiciendo, y justo en el peor momento.
Tenemos retorno a las puertas. Será fugaz, pero seguro de que a Carlos III no le hace nada de gracia. Meghan Markle vuelve tras 2 años, desde el funeral de Isabel II, con motivo de los Juegos Invictus, la competición para veteranos y heridos de guerra auspiciada y fundada por Enrique. La presencia del duque de Sussex está asegurada, la de su pareja y los dos hijos de la discordia, Archie y Lilibeth, se supone probable. También dura de digerir, vaya papelón. "Quiere que Meghan y los niños se unan a él, pero a ella le puede resultar muy incómodo estar en el Reino Unido", explican en 'Vanitatis' citando a un experto royal inglés. La guinda sería hacer una visita a Clarence House a preguntar por la salud del suegro. El tiro de gracia.