Claude Palmero es la garganta profunda que está robando el sueño de los Grimaldi. El exadministrador de los bienes de Alberto II de Mónaco está desembuchando después de dos décadas al servicio del royal, y tiene a la pareja real en la diana. Charlene ha visto como sus cuentas, y especialmente, sus facturas millonarias y gastos desmesurados salían a la luz. Cifras escandalosas, ingresos bestiales, regalos a familiares, contratación de inmigrantes sin papeles... La imagen pública de la exnadadora sudafricana ha quedado tocada. Y en un campo desconocido para el gran público; ya no es la pobre princesa sufridora, la mujer hecha puré. Ahora es una VIP con un agujero en el bolsillo, patrocinado por un despilfarrador aún más turbio, su marido. Pagos a examantes, hijos fuera del matrimonio, por aquí y por allí. Una pasta.
Palmero, sin embargo, no se ha limitado a la parte pecuniaria del chollo royal, también ha revelado papeles secretos que afectan a las intrigas de palacio. Y aquí entra otro personaje a escena, que no pasa por su mejor momento con 67 años. La princesa Carolina, primogénita de Rainier y Grace Kelly, que se acaba de encontrar con la separación traumática de su hija Carlota. La relación con el productor cinematográfico Dimitri Rassam ha saltado por los aires. Falta de compromiso familiar, dice la versión oficial, pero ya empezamos a oír voces que hablan de promiscuidad por parte del señor. Un drama más a la colección, como ver a su hermana Estefanía haciendo piña con su enemiga Charlene.
Carolina tenía que ser la heredera de su padre. Y durante 14 meses, los primeros de su vida, el título era para ella. Después nacía Alberto y, ya saben, el machismo y las monarquías. Le hicieron la jugada de la infanta Elena, aunque en su caso, el padre no dudara de las capacidades psicológicas de la hija. En todo caso, no había perdido la partida: la vida de Alberto, un picaflor sin ninguna previsión de acabar creando una relación estándar e ideal para el cargo, la dejaba en un papel de primera dama oficial, y colocaba a Andrea como el siguiente de la lista. Después vendría Charlene, la boda, embarazo y los mellizos. Game over. Palmero, a preguntas de periodistas de Le Monde, explica un pasaje muy jugoso de la trama. La doble traición.
Raniero no quería a Alberto. Mantuvieron una relación difícil, y se arrepintió de no haber cambiado las normas de la sucesión cuando tocaba. El padre consideraba a su hijo como un "despreciado, un cuarentón que no está a la altura". Y por eso encargó un informe legal para retirarle los derechos y entregarlos a Carolina. Un extremo confirmado por el abogado Thierry Lacoste, otro expulsado del núcleo de duro del marido de la Charlene. Una carta de 2001 firmada por Patrice Davost, director de los servicios judiciales del Principado, revelaba las intenciones del difunto príncipe, pensando más allá de la misma muerte de Carolina: quería a Andrea en el trono. Alberto, consciente de todo ello, actuó. Y el resto es historia. Complicada y movida, pero historia.