Letizia y Felipe, como cualquier otra pareja, tienen un pasado. Un pasado sentimental. Cada uno de ellos tiene un historial a sus espaldas sobre relaciones pasadas de pareja. En el currículum de la asturiana, excompañeros de redacción, norteamericanos a los cuales no dejaba utilizar su lavabo, profesores o cantantes de grupos musicales. En el del Borbón, Isabel Sartorius, Gigi Howard o Eva Sannum. Detengámonos un momento en esta última.
Desde que la rubia noruega dejó a todo el mundo boquiabierto en agosto del 2001 cuando apareció de azul al lado del entonces príncipe Felipe en la boda de Haakon y Mette-Marit, son muchos los que veían en ella a la candidata perfecta para el Borbón para convertirse en la reina española en un futuro. Pero la cosa no cuajó. En parte, por la campaña de acoso y derribo que se le hizo. Una Eva Sannum que ha rechazado desembuchar sobre su relación con Felipe, por mucho que hayan ido pasando los años: "Fui tozuda. Me mantuve firme y me aparté del camino. Desde entonces, me han ofrecido mucho dinero, pero no estoy dispuesta a desvelar nada. Me cuido de no abrir la boca". Ahora, la alargada sombra de la noruega, y es muy alargada, mujer altísima, vuelve a sobrevolar la cabeza de Zarzuela. Todo, por una casa.
La que los hijos de la infanta Pilar han tardado en vender, la casa familiar de la urbanización Puerta de Hierro, en las afueras de Madrid, el chalé venido a menos, olvidado, que ha sido testigo de muchas situaciones y que desde que murió la hermana de Juan Carlos estaba pendiente de comprador. Finalmente, han encontrado a alguien. ¿Quién? Ricardo Fuster, Ricky para los amigos (como el rey Felipe) y su mujer, Mónica Sánchez Navarro. Él fue compañero de escuela del Borbón, mucho más que eso, su amigo íntimo. Con los años, especialmente desde el matrimonio con Letizia, la amistad se frenó, pero ahora han recuperado terreno y vuelven a verse muy a menudo, sin la mujer de Felipe. El tal Ricky es "el amigo leal, el depositario de sus secretos". Y la casa en cuestión, si sus paredes hablaran, explicaría muchas cosas. Y es que era uno de los retiros preferidos por los Borbones de diferentes generaciones.
Para don Juan, padre de Juan Carlos, allí encontraba refugio. ¿Y el emérito? Tal como explica el diario El Mundo, "calor de hogar, cariño, comprensión (y alguna reprimenda), que iba a comer él solo la paella del domingo de su hermana". ¿Y Felipe? En el mencionado medio dan por seguro que será una cosa que, dada la amistad con el nuevo propietario, recibirá a menudo la visita del rey. Un Felipe que ya la conoce muy bien. Y es que tal como recuerdan, antes de ser propiedad de su mejor amigo, lo era de sus primos Gómez-Acebo. Un casoplón de 1.000 metros cuadrados dividido en dos plantas sobre una superficie de 1.500 metros cuadrados, construida en los años 60. Una casa que Felipe visitó a menudo, posiblemente con exparejas, y que ahora Letizia no quiere pisar ni en pintura. No es como la mansión de la familia Fuster donde Eva Sannum le ponía cremita en el pecho a Felipe, por el sol, pero seguro que también ha vivido historias que no quiere oír la reina. Y es que cualquier cosa que tenga que ver con el nuevo propietario de la casa, compañero de fechorías de Felipe antes de estar con ella, la hace estar alerta.