Cayetano Martínez de Irujo es un incomprendido. Eso de formar parte de la Casa de Alba le ha dejado el alma llena de cicatrices, mientras que el mundo sólo ve en él palacios, títulos nobiliarios o una vida de jinete profesional. La confesión la hemos podido leer en La Razón, y en sus páginas estalla un drama que empezó bien pronto, durante su niñez: "La infancia y la adolescencia fueron muy tristes para mí, un sinsentido.Tuvimos unas nanis que se ocupaban de nosotros." ¡Oh, no! ¡Preparen los kleenex!
El relato es lacrimógeno: "Vivíamos aislados, haciendo una vida diferente a la de los demás sin saber por qué". Una falta de información que, por lo que explica, no resolvió (y quizás tampoco le preocupó mucho) hasta que bordeaba los 30 años: "La primera vez que viví con vecinos fue en 1989, en Holanda. Me había preparado para los Juegos Olímpicos en Barcelona y luego salí de España con los caballos. Después de montar me tomaba una cerveza y observaba a la gente. Pensaba: ¡Es de locos!"
Otro de los clichés que desmonta en la entrevista es el de los lujos: "Desde luego no nos ha faltado de nada, pero sin barra libre.Todo se lo han llevado los cuatro palacios, las casas y el patrimonio". Pues todo tiene que ser muchísimo. Según la lista Forbes en 2014, y con ocasión de la muerte de la matriarca Cayetana, el patrimonio de la Casa de Alba llegaba a los 2.800 millones de euros. Una cifra modesta, teniendo en cuenta "que impuestos no se pagan. Si no sostenerlos sería casi imposible".
Milagrosamente, El duque de Arjona y conde de Salvatierra, ha ido superando estas experiencias terribles. Y ha hecho examen de conciencia, llegando a la conclusión de la necesidad de diferenciar entre "la nobleza y la clase media... no se deben perder nunca las estructuras sociales. Igual que la democracia." Claro que sí, Cayetano. Nobleza y democracia son la misma cosa. También en el siglo XXI.