Capítulo interesante en el enrevesado culebrón de la familia real de Mónaco. La princesa Charlene vuelve a acaparar toda la atención, y lo hace gracias a sus palabras y sus actos. La eterna y nunca resuelta crisis matrimonial con Alberto II está en el centro de todo, la diferencia es que en esta ocasión la exnadadora de Sudáfrica ha hablado. Y de qué manera, ha tumbado de una tortazo todas las especulaciones, rumores y teorías que sostienen la mala relación de pareja. Lo que ha dicho Charlene es meridiano, no acepta ningún tipo de debate. Eso, evidentemente, si nos centramos en la literalidad. Otra cosa sería habla de las motivaciones que la han empujado a ofrecer unas declaraciones muy llamtivas en la cadena News24. Su sinceridad está en duda.
"Todo va bien en nuestro matrimonio. Los rumores de divorcio son agotadores, no puedo entender de dónde salen. Hay medios y personas que quieren vernos separados", ha declarado la princesa. La boca abierta, sí. Pero esto es solo el principio: "Si hay mil fotos mías en un acto, los diarios siempre escogen aquella en la que miro al suelo o no sonrío. Y entonces escriben que parezco infeliz", se ha quejado. Debe ser que medio mundo tiene la mirada sucia, que aquellas imágenes no eran representativas. O que el comportamiento de su marido, especialmente en las horas más bajas y tristes de su amada mujer, fuera el ideal. Un 10 en romanticismo y empatía, claro que sí. Ahora bien, si lo dice ella le tendremos que hacer caso, solo faltaría. Cuando menos hasta la próxima sacudida.
Hablábamos también de actos sorprendentes, y uno pequeño pero vistoso parece remachar el clavo en esta línea de defensa numantina de su matrimonio. La princesa se ha cambiado el look, y de manera radical. No es estéticamente impactante, porque en realidad es su estado natural, pero si lo analizas con lupa todo cobra sentido. El caso es que Charlene, después de meses de morena, ahora vuelve a ser rubia. No es rubio platino, es más bien su color original, el que recordamos de sus inicios con el hijo de Rainero y Grace Kelly. El mensaje oculto salta a la vista, vuelve a los orígenes. Vuelve a la unidad. Fuenteovejuna en versión Montecarlo. Así luce la princesa, como acreditan las instantáneas de un baile de la tercera edad que ha presidido en Mónaco. ¿Casualidad? No lo parece.
Esta doble intervención de Charlene busca silenciar el runrún que la ha acompañado desde el primer día que anunció su relación con Alberto II. Los mismos que se intensificaron a partir del famoso viaje a África, su enfermedad y operaciones, el deterioro físico, la separación de los niños Jacques y Gabriella e incluso su ingreso en una clínica suiza. Todo eso coincide, curiosamente, con su retorno de un nuevo viaje al continente africano. Parece que ha aprendido la lección y, para evitarse disgustos, ha intentado taponar el grifo del chismorreo royal. Ahora bien: no tenemos nada claro que la operación no responda a las consignas de la Casa Grimaldi. Si Charlene quiere ser libre, hacer su vida y ser feliz, la única vía es la obediencia y el silencio. Seguir la línea de la normalidad, del aquí no pasa nada, de no molestar. Y así obtendrá lo que necesita: separarse de un matrimonio tóxico. Misterios que solo pueden resolver los príncipes de Mónaco. Los felices y enamorados, a pesar de lo que piensa la humanidad (casi) entera.