Charlene de Mónaco vive una etapa extraña. Una de las pocas veces que su nombre no se asocia a la sospecha, a la crisis, a la separación, al drama. La palabra divorcio ya no es la más utilizada para referirse a la mujer de Alberto II; tampoco la separación del núcleo familiar con sus dos hijos, Gabriella y Jacques. Al margen de batallas con su cuñada Carolina, está en calma. Sin embargo, pensar que la pareja real viva un resurgimiento romántico es de una ingenuidad supina. Ni los irreductibles se tragan esta fábula. Sería más apropiado habla de una entente cordiale, tan habitual en el panorama monárquico. Juan Carlos y Sofía, Felipe y Letizia, Federico y Mary. Reyes o reinas del fracaso matrimonial, pero capaces de aferrarse a la corona por todas las vías posibles. Especialmente, la de hacer ver que todo está bien. Ya después, en la intimidad, la realidad es otra. Y, generalmente, mucho más turbia.
Este adjetivo, el de turbio, ha estado ligado al nombre de Charlene desde el mismo día de su boda. Como turbio fue el episodio más dramático de la princesa de Mónaco, el de la gravísima infección que contrajo durante un viaje a su África natal, y que la mantuvo lejos de su marido, hijos y hogar durante meses. Operaciones, cambio drástico de aspecto exterior, comportamiento extraño e incomprensible... Un enigma con mala pinta. La reacción de Alberto II, o mejor dicho, la falta de reacción, empeoraba el caso. Nunca fue a visitarla, nunca la rescató. Nada. Cuando Charlene, finalmente, retornaba a casa Grimaldi, era de manera fugaz: se establecía en una clínica privada especializada en salud mental en Suiza. La reincorporación a la vida normal tardó muchos meses más. E incluso así, sus ausencias del Principado no han acabado jamás.
Mónaco es un enclave pequeño, todo el mundo se conoce. El Palacio se encuentra muy cerca del puerto, la zona más conocida. Cuando llega el verano, la cosa se dispara. Y los fisgones que fijan sus ojos sobre la residencia de los royals, un auténtico ejército. Alguien como Charlene, con su histórica aversión a las miradas ajenas, lo pasa mal. Aunque estemos asistiendo a un pequeño cambio de actitud, con apariciones públicas de campanillas en fiestas como el Baile de Rosa, la exnadadora necesita tener siempre una escapatoria. Y la tiene. Y tanto. Se encuentra a 1.000 kilómetros de distancia, en un castillo propiedad de los Grimaldi: el Château de Marchais, en el departamento de Aisne, en Francia, muy cerca de la frontera con Bélgica. Cada fin de semana, poco más o menos, la localidad de 400 habitantes recibe a una Charlene buscando paz y discreción. El digital alemán 'Bunte' añade que últimamente lo hace acompañada de su familia, pero no siempre ha sido así. Las instalaciones son descomunales: al margen del castillo principal del siglo XVI, hay dos propiedades agrícolas, campos de cultivo, prados y bosques en 1.500 hectáreas. "Un auténtico oasis" en el que están a mucha distancia de los paparazzis. El paso está restringido, y ni siquiera es fácil encontrar imágenes actuales de la propiedad. La mayoría, fotos históricas. De actualidad, ninguna.
Explican los alemanes que el programa de actividades de la princesa en el escondite incluyen el ciclismo, el senderismo y la caza, cuando llega su marido. Y que "los vecinos dejan en paz a la familia cuando toman un café o pasean por el mercado". Los niños, auténtico urbanitas fashion a pesar de su corta edad, aseguran que son felices en un entorno como este. Alberto II también valora mucho el lugar, porque le recuerda pasajes de su historia familiar. El castillo, adquirido por los royals de Mónaco en el siglo XIX, ha ido pasando de mano en mano entre sus antepasados. Ha sido saqueado, destrozado y medio ocupado durante la Primera Guerra Mundial; después de la Segunda se convirtió en un centro de reinserción para antiguos prisioneros. Raniero, padre de Alberto, trasladó a sus dominios camellos, un búfalo e incluso dos guanacos, comprados a un zoológico en quiebra. Y ahora es Charlene su principal inquilina. La próxima crisis, tocaremos la puerta para comprobar que está bien.