Es el drama más escalofriante de la realeza europea: el que está viviendo Charlene Wittstock, princesa de Mónaco. Lo que no queda claro es desde hace cuánto tiempo su vida es un infierno rodeado de lujo. Muchos sitúan el inicio de este calvario los días 1 y 2 de julio de 2011, cuando contrajo matrimonio con el príncipe Alberto II. La exnadadora sudafricana intentó huir para evitar el enlace, probablemente porque sabía que nada sería igual a partir de aquel momento. Y no precisamente para bien. Las sospechas sobre la conveniencia de esta unión siempre han sobrevolado la pareja, que tiene dos hijos: Jacques y Gabriella. Tener descendencia era el requisito principal de un supuesto contrato prematrimonial que tuvo que firmar bajo presión, y que la liberaría del sus compromisos conyugales. Ella ha cumplido con su parte del trato, pero ni la libertad ni la felicidad han acabado de cuajar.
La cosa se ha complicado hasta el extremo durante el último año. Un periodo oscuro, triste, penoso: su estado de salud preocupante y las informaciones confusas sobre las causas y su recuperación son el mejor ejemplo. Charlene ha pasado muchos meses en África, dónde enfermó de forma grave. Una infección en la garganta, en la nariz y los oídos hizo que pasara tres veces por quirófano, lejos de los suyos y sin poder volver a casa. Esto, claro está, si atendemos a la versión oficial de la historia, porque Pilar Eyre, siempre con buenas fuentes, tiene otra información: se hizo una operación estética en Dubái que no fue bien, desfigurándola. A pesar de los esfuerzos por solucionar el desastre no lo ha conseguido. Y los problemas van creciendo como una bola de nieve.
Charlene volvió finalmente a Mónaco a principios de noviembre, pero de forma fugaz y con un desenlace todavía más espeluznante. En vez de recuperar su intimidad familiar, está recluida en una clínica suiza para tratarse de aquello que casi nadie quiere reconocer: sufre una depresión monumental. Por eso debe seguir un tratamiento, una vez más, alejada de los que más ama, los pequeños de la casa. Seguro que los añora, y mucho más en un día tan señalado y especial como este 10 de diciembre: los mellizos cumplen años, 7, una edad tan tierna como llena de inocencia en la que entender según qué cosas es todavía más complicado. Y tener a su madre lejos es una de ellas.
La celebración del aniversario de Jacques y Gabriella es una especie de fiesta nacional, un acontecimiento en el que hemos visto las escenas más alegres de la princesa desde que la conocemos. Si nada cambia de forma radical, este será el primero que pasará en soledad, descansando e intentando reponerse de sus problemas. Tampoco está nada claro que pueda volver pronto para celebrar las fiestas navideñas, una época en la que la familia tiene todavía más valor simbólico. Todo dibuja un panorama desolador e incierto, demasiado fuerte para ser real. Pero lo es.
Siempre se ha dicho que hay cosas que ni el dinero ni el poder pueden comprar. Y la felicidad es la más importante. Toda la que no encuentra la princesa tras una década en la meca del lujo y en la familia con más glamur.