La Familia Real española no es la única monarquía europea con más sombras que claridad. Hay una que siempre provoca inquietud, misterio, preocupación: la de Mónaco. El principado es el paradigma del lujo y la opulencia, pero no todo es oro y brillantes dentro de sus exiguas fronteras. Especialmente en torno a la Casa de los Grimaldi, con Alberto II como máximo representante de una estirpe asociada al escándalo, el show y el papel couché. Esta corona ha visto pasar a lo largo de su historia a personajes como Rainero, Grace Kelly o Estefania, por poner algunos ejemplos. Del actual soberano del país también se han dicho muchas cosas, la mayoría de ellas oscuritas. Especialmente durante los últimos años, después de contraer matrimonio con la exnadadora sudafricana Charlene Wittstock, hoy en día Charlene de Mónaco.
El enlace, allá por el 2011, fue un imán de dudas más que razonables de las verdaderas razones de aquel matrimonio. Aquel día de julio los invitados y la prensa mundial vieron a una mujer triste, seria, con lágrimas en los ojos y que despertaba compasión. Parecía más una prisionera que una novia radiante: se decía que existía un contrato por el cual tenía que dar descendientes a Alberto, ya que los dos hijos que tenía de relaciones extramatrimoniales anteriores no podían heredar el trono. Y que había intentado huir de su destino en tres ocasiones: la última, horas antes de casarse y desde el aeropuerto de Niza. Estuvo a punto de conseguirlo, pero la pillaron. Incluso la luna de miel la pasaron separados, a 15 kilómetros de distancia. Todo muy extraño. Y sospechoso.
Sea como sea, han pasado ya 10 años desde la boda y continúan (más o menos) juntos. Charlene ha cumplido su parte del trato, traer hijos (2) a la estirpe y asegurar la línea dinástica. Pero si repasamos la hemeroteca no son demasiadas las veces que hemos visto una sonrisa plena y creible en la princesa. La distancia emocional entre ambos es sideral. Y desde hace un tiempo, la física también. Mientras Alberto atiende sus obligaciones en palacio, ella se encuentra en su Sudáfrica natal (aunque es natural de Zimbawe). Allí ha enfermado de forma preocupante, con una infección múltiple en oídos, nariz y garganta que la ha llevado al hospital y a someterse a varias operaciones que la han dejado hecha polvo. Llegó allí el pasado mes de mayo y todavía no ha vuelto.
Mientras tanto se dedica a actividades públicas relacionadas con su estatus y sus raíces africanas. Se ha encontrado con el rey Misuzulu kaZwelithini del reino Zulú, demostrándole su apoyo en el conflicto que le enfrenta a la reina Sibongile Dlamini, primera mujer del anterior monarca y madre de su hermano mayor, que murió en extrañas circunstancias. Charlene sonríe a cámara como no lo hace en Mónaco, pero su rostro alarma y mucho por su deterioro físico. No parece la misma persona. Y no es la primera instantánea que lo corrobora.
Charlene lucha por recuperar la salud y la alegría que, en algún momento del camino y por motivos que nunca han quedado aclarados, perdió para siempre.