La graduación de los bachilleres en Dinamarca es como aquellas bodas de tres días. Empieza de manera suave, con el acto solemne y ceremonial, y después la cosa se va desatando hasta llegar al momento más esperado por los alumnos: una especie de desfile con carrozas, alcohol y todo tipo de placeres adultos. Un festival que este año tiene participante real, todo un heredero de la corona danesa. Christian de Dinamarca, en el momento de la publicación del artículo, lo está dando todo por la juerga más simbólica y salvaje de su corta existencia. Va bien preparado. Tiene de todo. O casi.
El hijo de Federico X y Mary de Dinamarca está aterrizando de manera sonora en la edad adulta: infracciones y temeridades al volante y el descubrimiento de vicios perjudiciales fueron los primeros escándalos de popularidad de la criatura. La respuesta de la Casa Real, el silencio sepulcral. "Es su vida privada", dicen. Bueno, muy privada, pero el niño se pega la vida padre con los 37 millones de euros que se embolsa el rey anualmente a cargo de los presupuestos del Estado. Puede ser que los límites no están tan claritos, pero no se quieren hacer cargo. Sobre todo porque les interesa: quemar prematuramente la gran esperanza de una monarquía que se aguanta con pinzas no parece la mejor estrategia. Por eso hay que protegerlo. Se están pasando, eso sí.
La foto que perseguirá a Christian durante las próximas semanas acaba de salir del horno: la prensa danesa ha cubierto el inicio del desfile de graduación, cazando al heredero durante una conversación comprometida con sus escoltas. Los utiliza de chicos de los recados y de los vicios. Son los encargados de suministrarle tabaco durante la juerga. Imaginamos que también se dedicarán a evitar fotografías comprometidas durante la jornada festiva, como hacen con Leonor de España, y que no todo será logística. La situación es evidentísima, con uno de los guardaespaldas ofreciéndole un paquete de cigarrillos por encima de un arbusto. El desenlace es sorprendente.
Hacer una especie de trapi como este a la vista de fotógrafos y cámaras de televisión ha sido una osadía excesiva para el príncipe, que se ha hecho el sueco (que no el danés) para salir más o menos airoso. Le dice que no con la cabeza, levantando las manos como exclamando "no quiero saber nada", proyectando la imagen de un niño que no ha roto nunca un plato. El escolta sonríe malévolamente, pero la broma le puede salir cara. Que Christian hubiera cogido el paquete de tabaco si no hubiera nadie mirando ni cotiza. Parece que hay un modus operandi establecido, pero que no pueden escenificar tan alegremente. Criatura. Ya aprenderá. O no, que mira su padre Federico y la famosa cita con "la amiga" Genoveva Casanova en Madrid. Suspendidos en discreción. A septiembre.