La infanta Cristina es el lobo disfrazado de oveja de la Familia Real. A todos a los integrantes de aquella familia se les ve venir: ¿Felipe pusilánime, Letizia trepadora, Juan Carlos caradura, Sofía consentidora, Elena huraña pero Cristina qué? Los periodistas que seguimos toda la instrucción, juicio y resolución del caso Noos, el gran sumario judicial que ha sufrido la familia, conocimos a la auténtica Cristina. Aparentemente es la infanta catalana, la emancipada, la que se instala en Barcelona para hacer vida normal lejos de la Corte. Muy falso. En realidad no ha vivido en Barcelona sino en Pedralbes, de donde no ha salido nunca. Y cuando declaró en los tribunales por el caso Noos se hizo la loca. Como Ana Mato al encontrar un Jaguar en su parking. Ah, no sé, cosas de mi marido. Se tragó a todas y cada una de las infidelidades de Iñaki para conservar el estatus y cuando enseñó su verdadera cara fue cuando Felipe le suplicó un gesto público de arrepentimiento por el caso Noos y ella se negó. El rey le acabó quitando el ducado de Palma a su hermana mayor a la fuerza. Orgullosa, prepotente, clasista. Cuando bajó la rampa del juzgado de guardia de Palma hacía creer a los periodistas que estábamos allí que iba a inaugurar un museo o una exposición. Y no: estaba imputada por varios delitos.
Todo eso sirve para explicar que Cristina, la supuesta cara amable de la Corona, esconde una agenda oculta, que es una estratega mucho más hábil que Felipe y Elena. Al ser la hija del medio ha desarrollado una visión de la jugada de ajedrez, tres pasos por delante. Y ahora la única preocupación de Cristina es el bienestar de sus hijos. Últimamente, se la ha visto en diferentes viajes por España acompañada de algún hijo, entre Barcelona con Pablo y las Canarias con Juan. Pasa más tiempo que nunca en España y pone en peligro la única razón que la mantiene residente en Suiza: evitar pagar impuestos ni dar explicaciones a la Hacienda española. Eso es porque gestiona alguna cosa más que el sueldo a La Caixa y a la Fundación Agá Khan: Juan Carlos ha dejado escrito que su inmensa fortuna se repartirá entre sus hijos y como Felipe renuncia a su tercio, las dos mitades son para las infantas. Eso obliga a que Froilán viva en Abu Dhabi, para no declarar nada a Hacienda y que alguien de la rama Urdangarin viva en Ginebra. Cristina viene a menudo a España y pone en peligro su residencia fiscal suiza por una razón: ha obligado a su hijo Miguel a residir en Ginebra. Por eso este fin de semana Cristina lo ha pasado en Jaén con el otro hijo, Pablo y con su nuera, Johanna, novia de Pablo, haciendo la turista por la ciudad andaluza, según recopila Diario de Jaén:
El viernes Pablo fue eliminado de la Copa del rey de balonmano con su equipo, el Granollers, que se juega en Jaén. Cristina no se quedó para mirar la final que ganó su equipo odiado, el Barça, que echó a Pablo por no dar el nivel. Así que después de ver la derrota de Pablo pasearon por los centros religiosos de la ciudad del sur de España. Cristina es una ferviente beata y el hijo y la novia, a pesar de vivir en pecado en ojos de la iglesia, la acompañaron. Cristina desafía a Hacienda, ya que si vive 175 días el año en España tendrá que declararlo todo y puede ser inspeccionada, pero tiene una piedra en la faja: Miguel, el tercer hijo, ha acabado los estudios de Ciencias del Mar en el Reino Unido y vive en Ginebra haciendo ver que aprende a ser monitor de esquí.
Siempre tiene que haber dos nietos de Juan Carlos residentes fiscales en el extranjero: Froilán y ahora Miguel, para heredar los 1800 millones sin levantar sospechas. La parte de Cristina, 900 millones, la controla Miguel en Ginebra y ella puede hacer la turista. Si se produce en cualquier momento el fatal desenlace de Juan Carlos y muere de un día para el otro, cuando se abra el testamento queda claro que tiene que haber dos nietos, un Marichalar y un Urdangarin, que no sean residentes fiscales en España. Cristina puede patearse la herencia en Jaén, las Canarias o Camboya. Es multimillonaria y sin declarar. El chollo del apellido Borbón.