Iñaki Urdangarin se ha propuesto un reto mayúsculo: el de ser anónimo. Quiere cerrar el larguísimo capítulo de su vida como miembro de la realeza española, y seguramente imaginaba que el divorcio de la infanta Cristina sería suficiente para conseguirlo. Nada más lejos de la realidad: el exduque de Palma será un personaje popular y morboso durante el resto de su vida, aparte del padre de 4 royals: Juan Valentín, Pablo, Miguel e Irene. Quiera o no, siempre habrá quien se dedique a curiosear en el día a día de la actual pareja de Ainhoa Armentia. Este es el precio, también, de su libertad, de la humillación a los Borbones. Todo el mundo pendiente de sus movimientos... y los de su entorno. Especialmente, aquellos que lo dejan solo, que lo arrinconan y que evidencian que es de segunda. Que ni siquiera los suyos lo respetan lo suficiente.
Hace unas semanas se produjo una escena insólita, sorprendente y, lo más importante, nada casual. Tenía lugar en Barcelona, ciudad de gran valor simbólico en esta historia. Pablo Urdangarin se enfrentaba a su exequipo, el FC Barcelona. El jugador de balonmano no pudo emular a su padre en el Palau Blaugrana, y tuvo que buscar nuevas oportunidades en Granollers. El duelo era especial, y una ocasión más que justificada para ver a Iñaki sentado en la grada. Sin embargo, la leyenda culé no asistió. Estaba en Catalunya, en compañía de su novia de Vitoria-Gasteiz, pero lejos de la capital. En cambio, sí que estaba la madre Cristina, y muy bien acompañada: con su exsuegra Claire Liebaert. Juntas, sonrientes, cogidas del brazo, cómplices y aliadas. Que tienen muy buena relación se sabía, que la cosa llegaba a estos extremos, no.
La estampa hizo daño. Mucho daño. Es una traición en toda regla, con repercusiones que impactan de lleno en la capital del País Vasco, pequeña, coqueta y acogedora. Ahora es el escenario de una guerra cruel y sangrante. Mientras Iñaki todavía era marido de la hermana de Felipe VI, Claire abrazó claramente el bando de la nuera. Pero una vez disuelta la relación, se entendería que la señora diera un paso al lado, dejando sus filias para el ámbito estrictamente privado. En ningún caso ver a una madre que destroza un hijo públicamente. Así se lo ha tomado Iñaki, y por extensión, su pareja Ainhoa, a la que la francesa ha tratado a la altura del betún. Según el digital 'Monarquía Confidencial': "Las fotos publicadas de su madre con Cristina han tensado la relación con Armentia. No han sido agradables".
La venganza de Cristina, la de "robarle" la madre a su ex, demuestra que Iñaki está muy solo en Vitoria-Gasteiz. Solo puede contar con Ainhoa, en realidad. Tendrá que cuidar muchísimo esta relación, porque la alternativa es el abismo. Ni sus hijos, ni su madre, ni el resto de su familia están de su lado. El anonimato más doloroso, el más extremo: no eres nadie. Iñaki, tocado de muerte.