La Familia Real británica vive una etapa convulsa y dolorosa. Muertes y enfermedades están haciendo temblar los cimientos de la corona más famosa del planeta, en la que nunca falta un buen sidral interno y goloso para la industria del chismorreo. En este caso, la guerra entre Enrique de Sussex y el resto de la saga royal a raíz de su salida de 'The Firm'. Algunos ilusos podrían pensar que, en situaciones excepcionales en la que la vida corre peligro, una familia aparcaría sus diferencias para estar todos unidos ante la adversidad. No es el caso british, ni mucho menos. Enrique es el enemigo número 1. Empezando por su propio padre, el rey Carlos III.
El monarca ha ejecutado un doble desprecio y humillación pública a su hijo pequeño durante la visita de este último a Londres, con motivo de los 'Invictus Games'. Primero ha declinado cualquier tipo de encuentro con él, ni público ni privado, poniendo como excusa inverosímil una importante carga de trabajo. Enrique ya sabía, cuándo aterrizó en su antiguo reino, que tenía las puertas cerradas. Una vez en la capital británica, la segunda bofetada: el rey le "birla" una condecoración militar que estaba diseñada para él, concediéndola a su detestado hermano Guillermo. El mensaje ha quedado claro: no eres bienvenido, no formas parte de la familia, no eres nadie. Solo un VIP con ganas de crear jaleo, división y problemas.
Los expertos en crónica real inglesa se han dedicado a analizar detenidamente el acto central de la visita de Enrique a Londres, un oficio religioso en la catedral de San Pablo. Ningún miembro de Buckingham Palace pasó por allí; en cambio, sí que asistieron los familiares por parte de madre, la difunta y malograda Diana de Gales. Las imágenes que se han visto por todo el mundo pueden ser confusas: vemos al duque muy sonriente, dando la mano a los allí congregados, saludando al público. Pero la sensación es de total incomodidad, no era un momento agradable. Impostura, nervios, angustia. Miedo. Saber que en cualquier momento puede saltar la chispa que incendie la jornada. Enrique estaba en pánico, el maltrato de su padre lo acoquinó.
El gran miedo de Enrique era encontrarse con una turba que lo abucheara a la salida del templo con gritos de "traidor", "vete", o similares. Un extremo confirmado por varios diarios, y que afortunadamente para él no se llegó a materializar. De hecho, la excitación de los fanáticos y curiosos por tocarlo y saludarlo era notable. Pero la actitud corporal del protagonista era defensiva: medio agachado, hombros encogidos, tapándose el vientre con la mano y a una distancia excesiva de sus interlocutores. Signos claros, dicen, de su desazón ante la incertidumbre del recibimiento. Como fue abrumadoramente positiva, tampoco le ayudó demasiado: mantenía las defensas altas en un momento que no tocaba. En resumen: que Enrique no olvidará esta visita. Ha sido una de las más duras. Se lo pensará dos veces la próxima ocasión.