Hablar de los royals de Mónaco remite inevitablemente al lujo y al estilo. El tipo de vida del Principado y, sobre todo, el influjo de la princesa Grace han alimentado este estereotipo. Durante los años 80, 90 y principios de los 2000, una figura protagonizaba también la dosis de chismorreo irresistible para cualquier monarquía con cara y ojos: la de la princesa Estefanía. La hija pequeña de Raniero y la difunta Grace Kelly ha sido siempre la díscola, la extravagante, la nota de color e imán de escándalos de la familia. También una mujer muy deseada, con looks rompedores y actitud desacomplejada. Genio y figura.
Estefanía, hermana del príncipe Alberto y de Carolina de Mónaco, tiene ahora 58 años. Sigue siendo un verso libre, aunque mantiene una proyección mucho más limitada que tiempo atrás. Ha madurado a golpes de derrotas, de desengaños, de tragedias y también de alegrías. Sus hijos y su primera nieta, por ejemplo. Convertirse en abuela ha provocado un cambio importante en su apariencia física. Está irreconocible. Y no hablamos de décadas atrás, imagen que muchos tenemos a la mente; es que al cumplir 50 no tenía ni mucho menos la misma estampa que estos primeros días de 2024. La última aparición pública nos ha dejado sin palabras. Vaya cambio.
La princesa rebelde está muy unida al ámbito del circo. Dos de sus grandes amores pertenecían a esta disciplina del mundo del espectáculo, y la pasión por este universo no ha desaparecido. De hecho, es la presidenta de honor del festival de Circo de Montecarlo, que se está celebrando estos días. Allí se ha plantado con un aspecto absolutamente inaudito, como si fuera de incógnito, y un punto estrafalaria. Gorro de lana, gafas redondas de pasta, sudadera, tejanos... Y lo más importante y representativo: ni un solo retoque estético a la vista. Al revés: Estefanía acepta el envejecimiento como no hace casi nadie en su entorno de campanillas, cócteles y bailes de la rosa. Cada surco de la cara puede explicar mil historias. Y las que le quedan por vivir, aunque de una manera mucho más tranquila y sin ruido.
Es cierto que la transformación de Estefanía no ha sido repentina; hace tiempo que sus apariciones han venido marcadas por un perfil bajo y prácticamente invisible. Seguramente porque estábamos acostumbrados a una presencia arrebatadora, era una estrella mundial. Ahora es fácil que pase desapercibida para el gran público, no se atisba la condición royal por ningún sitio. Su difuminación se ha llevado a cabo, además, durante el eterno jaleo en torno a su hermano, Alberto II, y las relaciones matrimoniales más o menos sanas y estables con Charlene de Mónaco. Con este espectáculo en proyección constante, la bomba de humo de Estefanía se disimulaba mejor. Pero los más viejos del lugar la recordamos, y no podemos más que sorprendernos. Ni bueno, ni malo, ni juicio alguno. Solo diferente. Vaya, como siempre.