El paso de los reyes de Dinamarca por Noruega, la segunda visita de estado de su joven reinado, discurría con aparente armonía y tranquilidad, siguiendo la hoja de ruta diseñada por los asesores de los Glücksburg. Federico X y Mary Donaldson tienen que recuperar la confianza del pueblo, y eso exige representar unidad matrimonial. La que saltó por los aires con el escándalo de Genoveva Casanova, provocando una serie de acontecimientos de enorme magnitud en la Corona más antigua de Europa. Por ejemplo, la abdicación de la reina Margarita II: una mancha imponente, hacía casi 1.000 años que un rey o reina danés no abandonaba el trono en vida. Como bien explicó Pilar Eyre, el órdago de Mary, harta de mentiras durante 20 años de matrimonio (que se conmemoraban precisamente este mismo martes 14 de mayo), obligó a actuar a la suegra, ofreciendo un pacto de silencio a cambio de su reino. La australiana aceptó, sí. Pero las heridas no se han cerrado. Ni mucho menos.
A lo que estamos asistiendo desde el 14 de enero, incluso un par de semanas atrás, no es más que una película mil veces repetida. Cambias los protagonistas, pero no la trama. Y esta se resume en las palabras fracaso y teatro. Fracaso y teatro matrimonial como el de Juan Carlos y Sofía, como el de Felipe y Letizia, como el de Federico y Mary. Incluso como el de Carlos III y Diana de Gales, aunque el desenlace de este caso es particular. El teatro es hacer ver que no pasa nada, que todo es maravilloso, que ningún nubarrón negro amenaza su paz. Puedes representar la opereta durante un tiempo determinado, incluso intentarlo toda la vida. Pero llega un día donde todo sale mal. Y a partir de allí, remontar es imposible. También ridículo.
El anecdotario del viaje de los daneses al reino de Harald V y Sonia de Noruega (en realidad de Haakon y Mette-Marit, pero la resistencia del viejo y polémico rey no permite la sucesión), ha inscrito la escena más jugosa, comentada y polémica. Tuvo lugar durante la cena de gala ofrecida en el Palacio Real de Oslo, un escenario al que Mary llegó vestida de princesa Disney y estrenando una tiara de perlas exclusiva del joyero real, una pieza de enorme valor con collar y pendientes a juego. Un look espectacular, que contrastaba con una actitud gélida hacia su pareja. Que no les engañen determinadas escenas donde se supone que ríen y se lo pasan bien, tampoco la presunta emoción después de oír las palabras de un Harald más abuelo cebolleta que nunca. Hay mal rollo, y una conversación del matrimonio junto a la reina Sonia resulta muy ilustrativa.
Las confidencias entre Federico y Mary, con comentario del danés a su mujer, provocaba una mueca de extrañeza y distancia en la australiana. No tiene el cuerpo, ni el alma, ni el cerebro, para determinadas gracietas. El marido se da cuenta de la reacción y levanta una ceja, una señal de hastío universal. Y la guinda: los dos giran la cabeza en dirección inversa, evitando el contacto visual para no hacer mayor el conflicto. Ahora bien, las miradas matan. "La comunicación no verbal revela que no se comunican", "JC y la griega actuaban mucho mejor", "se odian", dicen en redes. Algunos, incluso, se aventuran a explicar el motivo de la disputa: Federico se había manchado el uniforme. Podría ser, la chispa nace de cualquier insignificancia, generando una llama que no se apaga ni con todo el agua del Mar del Norte. Son un matrimonio en quiebra. Punto final.