Dinamarca y su rey Federico X se han convertido en grandes animadores del chismorreo royal internacional. Su día a día es un carrusel que hace las delicias de los guionistas de cine. Infidelidades, pactos, juego de tronos, mentiras y mucho teatro. La situación entre el monarca y su mujer, la reina Mary Donaldson, es tensa como una cuerda de guitarra. Lo que flota al ambiente no es lo mismo que intentan representar de cara al público. Por ejemplo, durante las dos visitas de estado que han realizado a las vecinas Suecia y Noruega. La primera la salvaron, la segunda no. La frialdad, el choque y la distancia se manifestaban en diferentes momentos. Y el hecho de que Mary, con excusas de reuniones oficiales imprevistas en Copenhague, lo dejara solo en el barco Dannebrog resulta, cuando menos, para pensárselo.
Sea como sea, tenemos buenas y malas noticias para el monarca danés. Buena porque no se trata de su relación matrimonial, ni tampoco de nuevas revelaciones sobre el heredero Christian, que apunta maneras como sucesor en la leyenda negra de su padre. La mala, sin embargo, es que se trata de un nuevo escándalo en palacio. En el de Amalienborg, residencia tradicional de los soberanos del país, ubicado en la capital. Un recinto desde el que saludaron a los súbditos el 14 de enero con aquel beso rogado, negado y finalmente concedido por la australiana a su marido. La pareja y los 4 hijos lo han abandonado recientemente para instalarse en Fredensborg, un enorme y carísimo castillo que hace de piso de veraneo de los royals. Amalienborg se dispone a sufrir reformas por un valor millonario, hay que hacer mucha limpieza. Sus muros han visto de todo.
Por ejemplo, la borrachera salvaje de dos miembros de la Guardia Real de los que custodian la entrada, la estampa típica del visitante, sea local o turista. Uniformes, sombreros, fusiles, espadas. Y, supuestamente, sobriedad. En el sentido más amplio: hablamos de disciplina, formalidad, decoro y de no ir ebrio por la vida. En este estado lamentable se encontraban los militares hace un año, liándola gorda en la plaza donde se ubica el edificio. El digital danés 'Seg og Hor' explica que la pareja "se había comportado de manera irrespetuosa con varios guardias, como conseguir que uno de los efectivos lo nombrara 'caballero' con un sable'. Otro llegó a obtener una pistola reglamentaria, "y se dejó fotografiar con ella". Coronó el show orinando en la cabina de los compañeros, como regalo de despedida.
Los subordinados del rey, los que armaron el escándalo en estado etílico y los que los ayudaron para llevar a cabo el espectáculo, han sido castigados. Una cosa ligera, sin importancia. Multas de 5.000 coronas locales, poco más de 600 euros, que en un país como Dinamarca da la impresión que es un poco más que calderilla. Sin embargo, la imagen que proyectan es terrorífica. Desgraciadamente para los escandinavos, nada de nuevo desde hace un tiempo.