Mira que tenía que ser una jornada de los de enmarcar para Felipe VI. Sevilla, un día espléndido, calor, miles de fieles a las calles de la capital andaluza, los cuerpos de los ejércitos haciéndole reverencias... para más inri, era la primera celebración del Día de las Fuerzas Armadas sin la presencia del Rey-Padre. ¿Qué más se podía pedir? ¡Si es que incluso los sevillanos se habían puesto de acuerdo para aclamarlo sólo a él, dejando a Letícia en un segundo o tercero plano! Pues apareció Murphy vestido de soldado y le amargó el día al monarca. Atención a la cara de Felipe observando la izada de la bandera española. Algo no iba bien. Y no se ha reprimido.

La Sexta

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La tórrida jornada en Sevilla ha tenido el inconveniente del viento, que ha soplado de forma traidora (y gamberra) durante la solemne ceremonia. La rojigualda no lucía como correspondía, al haber sido izada sin haber comprobado que estaba bien ligada al mástil. Una chapuza en toda regla. Y la culpa no es de nadie más que de sus súbditos, que le han hecho pasar mucha vergüenza. Felipe se ha mosqueado y mucho, y lo ha pagado con una mirada fulminante a los oficiales que le rodeaban acompañada de muecas y gestos de desaprobación. Su cara, un poema. Su enfado, colosal. La escena es de aquellas que se repetirán durante años y años.

"Con Juan Carlos esto no hubiera pasado", habrán pensado muchos de los que estos días se hacen cruces con la retirada de la vida pública de Juan Carlos, a quién seguramente la escena le habrá dibujado una tímida sonrisa en el rostro: ¡Si es que no os puedo dejar solos!, mascullará el emérito mientras disfruta de sus festines y sus tardes de toros.