La relación entre Felipe VI y su padre Juan Carlos I vuelve a instalarse en la zozobra. Se suponía que el escándalo Jaime del Burgo había conseguido aires más favorables para el emérito autoexiliado; de hecho, la creciente frecuencia de visitas a España, los encuentros en Londres o en la comida de cumpleaños de la infanta Elena, acreditaban que entre los Borbones ya no llueve tanto. Sin embargo, hay líneas rojas que Felipe no está dispuesto a dejar atravesar. Dos nombres propios: Leonor y Sofía. Mantenerlas tan alejadas como sea posible de la toxicidad del abuelo es la gran prioridad de Casa Real.
El cordón sanitario se ha puesto de manifiesto este fin de semana, durante la jura de bandera del rey de España. La segunda, la "rejura". Felipe, Letizia y Leonor se reencontraron en la Academia General Militar de Zaragoza, centro de formación castrense donde la princesa está a punto de finalizar su estancia. A la princesa le quedan unos exámenes y unas maniobras para finalizar el segundo de los cursos que le han 'regalado', disfrutando de un programa personalizado, privilegiado y mucho más sencillo que el resto de reclutas. La jornada del sábado fue una especie de déjà vu de lo que pasó en octubre, con la única diferencia del protagonista: ahora lo era Felipe, no su hija. El resto, prácticamente idéntico. Incluso en las gradas y palcos de honor: no había más miembros de Zarzuela, de la Familia Real o del núcleo borbónico. Es decir, ni Juan Carlos ni Sofía estaban invitados. En el primer caso, de hecho, expresamente: está vetado.
El emérito, que alarmó a Zarzuela desviando su vuelo de vuelta de Sanxenxo a Ginebra con una escala fantasma en Zaragoza, solicitó por escrito su asistencia al acto. Explica el 'Monarquía Confidencial' que le hacía mucha ilusión acompañar a su hijo y su nieta en un día tan señalado. Información que, según el digital, nace del entorno del residente entre Abu Dabi y Ginebra, y que en cualquier caso parece inverosímil, una fábula. Si Juancar quería estar es, como siempre, para marcar paquete, para gritar aquello de "aquí estoy yo". Conscientes de esta actitud, y también de la inconveniencia de juntar la figura de Leonor con la de un personaje polémico y problemático, el mensaje enviado al yayo fue un "no" rotundo. No eres bienvenido. ¿La reacción? "Está dolido por no poder acudir a eventos institucionales, era un momento que consideraba especial".
A pesar del lamento de Juan Carlos, no se puede hablar por sorpresa. Ya le pasó con la jura de Leonor, le dijeron que no podía acceder al patio de armas de la AGM. Sí que lo considera una "decepción", a la vez que un gesto inhumano por parte de su hijo: "No se tiene en cuenta su estado: Es mayor, quiere estar cerca de su familia y vivir momentos que pasarán a la historia y de los que él no forma parte". Eso es lo que más le escuece, el orgullo y el exhibicionismo. No salir en la foto que, durante las décadas venideras, se reproducirá a menudo. Ha perdido la corona, la etiqueta de VIP y la influencia, asestándole el golpe definitivo. Ha quedado herido y humillado, y eso lo convierte en un peligro: la venganza de Juan Carlos puede ser terrible.