Si pensábamos que en el 2020 lo habíamos visto todo, 2021 no para de dar sorpresas. EE.UU. se recupera del intento de golpe de estado de los seguidores de Donald Trump, atizados por el propio presidente saliente, asaltando el Capitolio mientras se votaba la ratificación de la victoria electoral del demócrata Joe Biden. Un escándalo mundial que dejó muertos, amenazas de bombas, personajes ultras y estrafalarios, cierta pasividad policial que no vimos en las manifestaciones de movimiento Black Lives Matter y un sentimiento de vergüenza que tardará en desaparecer. Era chocante ver como la democracia estadounidense, siempre sacando pecho, es convertía en un campo de batalla y un espectáculo que muchos atribuían a "repúblicas bananeras". Pero no sólo a este tipo de régimen, no. Los americanos tienen otro referente en cuanto a modelos de organización política nada recomendables. Uno que conocemos bien: la monarquía.
Al día siguiente de la terremoto, la presidenta de la cámara de Representants se dirigía a los allí presentes. Nancy Pelosi, veterana de 83 años y que sufrió la profanación de su despacho, utilizaba un tono grave para calificar la conducta de Trump y sus acólitos. Y ponía un ejemplo muy claro de lo que un "estado de derecho" como el de los EE.UU. nunca podría ser, en alusión a Trump: "no somos una monarquía. No tenemos Rey". Unas palabras recogidas por el Huffintong Post que, si bien hablaban genéricamente de todas las coronas e instituciones medievales esparcidas por el mundo, sonaban a pulla directa a algunas Casas Reales en concreto. Sólo podemos imaginarnos tres que siempre van de escándalo en escándalo: los supuestos príncipes africanos de las estafas por Internet, el Rey de Tailandia y sus concubinas o, tachán, el hazmerreír de medio mundo: la monarquía española. Juan Carlos ha dejado huella con sus escándalos y su huida a Abu Dhabi, mientras que a Felipe tampoco lo conocerán por nada bueno. Más bien por tics totalitarios heredados de su abuelo político. Repúblicas bananeras y monarquías corruptas, en definitiva, en el mismo saco.
A Juan Carlos, siempre atento a lo que dicen de él en los Emiratos (o en Madrid, o Barcelona, ya que aseguran que ha roto su "exilio"), le habrá caído la cara de vergüenza. A Felipe VI, ni hablar. Todo le resbala.