La situación es indisimulable: Felipe VI y Letizia Ortiz forman un matrimonio roto. Ya no se trata de una crisis ni de una desavenencia reversible, es que directamente rey y reina se evitan. Los fines de semana, y ya van unos cuantos, la consigna del Borbón es sálvese quien pueda. Que si esquiar en Baqueira o Formigal, que si comidas en Medinaceli... siempre hay una excusa para largarse de Zarzuela y poner distancia de su mujer. Jaime del Burgo ha caído, pero ha conseguido partirlos en dos. Que se conviertan en un matrimonio fake como el Juan Carlos y Sofía, o también en el de Federico X y Mary de Dinamarca.
La última evidencia de esta distancia sideral acaba de salir del horno. Mejor dicho, de la cocina. Una industrial, de quinta gama. La encargada de preparar la paella, con sus mejillones y almejas de procedencia ignota, que se zamparon padre e hija en San Gregorio, Zaragoza, el pasado viernes. Un menú solo para dos, sin Letizia. Sin la madre. Castigada. En todo caso, el rey y la heredera no engulleron este plato, un trozo de pan y una pera conferencia solitos, no. Los acompañaba la tropa de cadetes de la Academia General Militar, que se encuentran haciendo unas maniobras. Allí recibieron la visita del comandante en jefe de las fuerzas armadas españolas, y el papi de la dama cadete más famosa. Qué estampa tan idílica... y tan humillante para Letizia.
La reina intentó evitar el ingreso de su niña en el ejército, aunque chocó con un muro. Felipe, por primera vez en su historia, se impuso a su mujer. En condiciones normales, sin examantes e historias turbias sobre la mesa, esta excursión a Zaragoza le lamería un pie. Ni siquiera el aliciente de ver a su hija la habría animado excesivamente, ya la conocemos. Pero una cosa es que pases de la paella, y otra que pasen de ti. Y esta es su realidad; su marido, su hija y la propia institución la ignoran. Está amortizada. Se ha convertido en su suegra. Serán décadas de calvario, si es que no decide largarse antes. Cosa que, viendo los precedentes de este ecosistema royal, es una absoluta quimera.
La campaña de Casa Real, a las órdenes de Camilo Vilarino, es evidente: apostarlo todo a los Borbones cinco estrellas. Y Letizia ya no lo es. La distribución de 11 fotografías en la cantina del campo militar, con la tropa alucinando al tener a su lado a todo un rey de España, es el abecé del costumbrismo español monárquico. Llama la atención, sin embargo, que el rey no se zampa el rancho. Solo tiene una pera en frente, y no le ha dado ni un mordisco. Debe ser que no quería tener otro pa'luego entre sus dientes dejados y amarillentos. Otra chapuza, como la de Barcelona de hace unos días (ciudad que, por cierto, vuelve a visitar este lunes), hubiera estropeado el relato del monarca. Y mira que está estropeado. Como el matrimonio de los titulares. Y como el aspecto de ese arroz... que Leonor no puede ni tragar.