El 19 de junio hará 10 años que el reino de España pasaba pantalla. Juan Carlos abdicaba acorralado por los dos primeros grandes escándalos que, de manera diáfana, lo señalaban directamente: el caso Nóos y el temita de Botsuana. La punta del iceberg de todo aquello que se sabría después, provocando su huida de mala gana de España para establecerse en Abu Dabi. El oasis árabe ha sido útil mientras la maquinaria de blanqueo del Estado intentaba dejarlo limpio como una patena. El resultado no ha sido del todo satisfactorio, porque tanta porquería no sale ni con la lejía más corrosiva. Pero al menos ha quedado lo bastante blanco para hacer de Willy Fog por el mundo, escondiendo su fortuna obscena en paraísos fiscales mientras navega en Sanxenxo, va a Londres al fútbol, a bodas en Madrid o a hacerse arreglillos en Ginebra. Este fin de semana, el emérito ha vuelto a Galicia. Y justo cuando se tiene que celebrar el decenio como rey de su hijo Felipe VI, con lo que mantiene una relación tirante. Ahora sí, ahora no. Y vuelvo a empezar.
El Borbón y sus tejemanejes colocaron la corona en una situación límite. El cuento del rey modélico, abnegado e irreprochable que marcó la llamada Transición colapsaba a la velocidad del rayo y con enorme violencia. Una muestra que no es baladí: el Centro de Investigaciones Sociológicas dejaba de preguntar por la figura del monarca en sus encuestas: los resultados abocaban el país a la República. Era el final. Y las élites cortesanas, también sus obreros, maniobraban como podían bajo la tormenta. No quedaba más remedio: o Felipe, o la muerte. Y claro, al "padre de la democracia" lo liquidaron en un santiamén.
"Salvar a la corona", este es el resumen de aquellos días, y que ha reflejado una revista nada sospechosa de antimonárquica: el Vanity Fair. El titular es un arma de doble filo: Juan Carlos queda muerto y enterrado, pero después te preguntas: ¿se ha conseguido? Pues no mucho. Nuevas turbulencias han sacudido la institución, y no solo las del emérito: hay un señor que se llama Jaime del Jaime del Burgo que tiene algunas cosas que aportar sobre los actuales reyes. Precisamente por todo eso que ha vuelto a activar una nueva operación: la de salvar en la corona, pero ahora de Felipe y Letizia. Por eso la Leonormanía, la histeria por elevarla a una niña de 18 años a la cumbre de la humanidad, creando hype y animando a los aficionados al circo monárquico.
En 10 años, Felipe VI y Letizia no solo no han salvado la papeleta: la han complicado bastante. Y el riesgo es que se vayan a hacer puñetas. Es evidente que 'Vanity Fair' no querría hablar de los actuales reyes como responsables del desastre. Por ejemplo: para ellos, Del Burgo no existe. Ni una sola mención en un artículo de 2100 palabras, todo un récord. Lo que no explica la publicación, sin embargo, lo interpretamos nosotros a partir de la realidad, no solo de deseos en un sentido u otro. Zarzuela tiene trabajo, el paciente es de mal diagnóstico y los síntomas, como que el CIS siga sin preguntarnos por los royals, no son buenos. Veremos si dentro de 10 años llegamos a ver que la revista titula: "Leonor, 10 años de princesa para salvar a la corona". Un bucle infinito, y lo mejor que les podría pasar. Significará que el negocio no ha echado la persiana.