Quizás antes de que llegara Letizia a su vida, el rey Felipe (entonces príncipe), practicaba más la hipocresía, guardaba las formas, saludaba a todo el mundo y ponía sonrisa Profidén cuando tocaba. Ya le podían caer bien o detestarlos, que el Borbón siempre hacía el paripé de mostrarse agradable, empático y educado con sus interlocutores. También con los de su propia familia, aunque no tuviera la mejor de las relaciones. Pero con la llegada de la periodista asturiana, todo cambió. Quizás mimetizándose en su mujer, a la que le lamen un pie las apariencias y si alguien no le cae bien, se le nota a un kilómetro, cara de vinagre, el caso es que de un tiempo a esta parte, el monarca ya no va con tantos miramientos a la hora de mostrar sus sentimientos, también hacia los miembros de su propia familia. Miembros muy próximos incluso, como la infanta Cristina, su propia hermana mayor.
Aunque algunos se empeñen en jurar y perjurar que todo está arreglado, que la familia real española es una balsa de aceite, que ahora que el tarambana de Juancar está lejos de Zarzuela, todo es paz y armonía, la verdad es que nada de nada. A otro con este cuento. Porque Felipe (y Letizia todavía mucho más), no soportan a algunos miembros muy próximos de su propia familia. Y en este sentido, la gran Pilar Eyre escribe en su imprescindible artículo de este miércoles en Lecturas, que el rey no puede ni ver a su hermana. La escritora aporta un detalle sintomático y significativo que tuvo lugar hace poco, en el acto de entrega de las becas de La Caixa del pasado miércoles. Tal como revela Eyre, Felipe y Cristina "no se saludaron ni se miraron siquiera, a pesar de que estaban a pocos metros el uno del otro. Al menos no lo hicieron públicamente, y si hubo saludo en la intimidad no cuenta porque lo importante sería la reconciliación pública, y eso no se ha producido".
Y es que según la escritora y periodista, la grieta es demasiado grande, sus actos, y los de su ex, han hecho demasiado daño a la institución. Si a eso le sumamos que no se soportan con Letizia, dos más dos hacen cuatro, queda todo dicho. Según la mencionada publicación, la cosa viene de lejos. Primero, porque las hermanas del rey no acogieron precisamente con los brazos abiertos a Letizia, y la cosa estalló en el 2011, cuando, valga la redundancia, estalló el caso Nóos, se apartó Cristina y Felipe tomó la decisión de "revocar la atribución a doña Cristina de la facultad de usar el título de duquesa de Palma de Mallorca”. Felipe intentó que Cristina renunciara voluntariamente al ducado y a su sucesión a la corona. No lo quiso hacer, y Felipe "tuvo que darle esa bofetada oficial". Eyre añade que la infanta no lo hizo por consejo de los abogados, pues hubiera sido cómo admitir públicamente su culpabilidad cuando la obligaron a sentarse en el banquillo.
Atención al durísimo término que pone Eyre encima de la mesa: "Desde entonces la infanta Cristina se convirtió en una apestada. Tuvo que pasar las etapas de su particular viacrucis totalmente sola, sin el apoyo de nadie, porque todos temían disgustar a los reyes: el juicio, el paseíllo diario hasta la sala entre insultos, la condena de Iñaki, las visitas a la cárcel, el aislamiento en Ginebra...". Faltaba la guinda del pastel, la portada demoledora en la misma revista donde se veía a su maridito Iñaki Urdangarin, paseando de la mano de una rubia que no era ella, sino Ainhoa Armentia.
A pesar de la sacudida que supuso ver esta portada, a pesar del "mazazo" y la "humillación total y absoluta" de Cristina de verse como una cornuda, "nada de eso conmovió a su hermano, que siguió ignorándola". No solo eso, sino que prácticamente tenía que entrar en palacio como una ladrona: "Tenía que ver a su madre prácticamente a escondidas, no podía alojarse en Zarzuela, si iba a Marivent debía ser cuando no estuvieran Letizia y Felipe". Por no hablar de sus hijos, que prácticamente no tienen ningún tipo de relación con las hijas de Felipe y Letizia, unos Juan, Pablo, Miguel e Irene que "son chicos sin ningún privilegio, que detestan estar en el ojo público y que apenas conocen a sus primas Leonor y Sofía. En las escasas ocasiones en que los reyes han coincidido con Cristina en actos privados, han procurado no estar juntos". Por ejemplo, en el funeral de Pilar de Borbón "pasando frente a Cristina y Elena sin dirigirles una mirada, para después abrazar cariñosamente a la reina Beatriz de Holanda, a la que apenas conocían!". Una Beatriz sentada al lado de Cristina, que alucinó, y "que miraba de reojo a su hermano y su cuñada, que la ignoraron olímpicamente ante la extrañeza de la propia reina holandesa, que no daba crédito a lo qué ocurría".