Felipe VI tiene un problema con la lluvia. No le gusta. Le inquieta, le atormenta, le perturba. Y no se puede aguantar, con la cara paga. No queremos hacer ningún tipo de especulación, pero empezamos a pensar que el Borbón no tiene sangre azul en las venas, no. La suya es de Gremlin. Mejor dicho, de Gizmo: aquellas criaturas fantásticas de la película de la factoría de Steven Spielberg de 1984, y que pasaban de oso amoroso a monstruos muy molestos si no se tenían en cuenta tres normas fundamentales en su cuidado diario: evitar luces brillantes, no darles nada de comer después de las 12 de la noche, y que nunca jamás los mojaran. Quizás este es el miedo del rey, transformarse en aquel espécimen verde y espantoso. La pasada noche, en Palma, pudimos comprobar el repelús que le provoca la lluvia que caía del cielo. Y no es la primera vez.
Hace casi tres años asistimos a una escena similar. Fue al salir de la entrega de un premio del Observatorio contra la Violencia de Género y Familiar celebrado en Madrid, en el que galardonó a su esposa Letizia. A la salida del evento, una llovizna los sorprendía. Y el Borbón demostraba su incomodidad con una mueca que generó multitud de memes. Vaya careto. Asco absoluto.
Es cierto qué debido al cambio climático estamos viviendo una sequía preocupante, y que la lluvia es casi una rareza. Pero vaya, que el monarca ya tiene una edad, concretamente 54 años. Ha visto lluvias de todo tipo, pero nadie lo diría. Hasta y todo el día de su boda, aquella jornada cayó a mares. Podrían haber salido en barca, y no en Rolls Royce. Quizás eso es lo que le trae mal recuerdos, vete a saber. Pero cada vez que el cielo llora, su rictus cambia. Hace cosas raras. Incluso con el cuerpo, encogiéndose y caminando como Chiquito de la Calzada. Como si en vez de agua fuera ácido corrosivo. Es un poco exagerado, el Preparao.
Felipe VI asistió a la reunión anual del Comité Internacional de Museos y Colecciones de Arte Moderno en Palma. El plato fuerte, una cenita de gala en el que el rey era la estrella. Llegó al lugar en su coche oficial en medio de un chubasco intenso, de los que mojan, oh my god. Los 10 metros que tuvo que recorrer desde la puerta del vehículo fueron una especie de vía crucis. O un festival del humor. Cada foto es un poco más absurda que la anterior. Eso sí, fue valiente y declinó que los escoltas lo taparan con el paraguas llevándolo de la manita. Prefirió entrar con peinado estilo efecto mojado, pero su rostro era un poema. Hacemos un seguimiento de la travesía.
Debe ser que la única agua que le gusta al rey es la del mar cuando va de regatas, como a su padre. Uno de los pocos momentos que se libera del control de Letizia, de hecho, que no comparte esta afición náutica. Fuera de esto, el lobo de mar se ahoga en un vaso de agua.