La paciencia tiene un límite. El trabajo de un rey moderno es el de poner buena cara en los actos, acontecimientos y recepciones que llenan su agenda, y cobra un sueldo muy generoso por hacerlo (este año todavía más generoso, de hecho). Pero Felipe VI parece entonar aquello de "esto no está pagao" cuando le toca visitar Catalunya, destino recurrente desde hace una buena temporada. La Casa Real quiere marcar paquete ante los indepes y antimonárquicas del país, un exhibicionismo que le está pasando factura. Y que con la cara paga. El rostro y las uñas, devorándose los dedos de forma compulsiva. Una costumbre que ha relajado, sin embargo, en su última aparición en Barcelona por la inauguración del Mobile World Congress. Lo que sigue con la misma potencia e intensidad es su expresión facial y corporal. Y no, no está a gusto.
La relación del monarca español con esta tierra se explica en pocas palabras: es el líder supremo e ideológico de una España que quiere una Catalunya sometida. El recibimiento popular no es el mismo que vive en Madrid, Sevilla o Zamora; aquí no hay multitudes llamándole guapo, guapo, más bien le enseñan dónde está el camino de salida hacia Madrid. Entra en tensión en los recintos, donde tampoco le esperan todas las autoridades dispuestas a besarle la mano de forma robótica. Todo ello genera un ambiente poco acogedor que hurga en una herida incómoda, como las de los dedos.
La cena de gala del MWC, una tortura para el rey de España
La cena de gala ofrecida por los responsables de la gigantesca feria nos permitió recoger un buen manojo de instantáneas reveladoras. La cara de circunstancias de Felipe VI fue infinita, que solo encontraba un compi fiel y que le daba conversación en el presidente del Gobierno. Pedro Sánchez se está dejando la piel en el papel de best friend royal, incluso de manera pegajosa. Pero ni todo el afán de Sánchez podía llenar los silencios del monarca, para quien el tiempo pasaba de forma lenta y aburrida. Tic. Tac. Tiiiiiic. Taaaaaaaaaaac. Tedio. Sopor. Y al final, mala cara. Miren la mesa de honor de la cena y comparen la actitud de unos y otros. Y no, el rictus del Borbón no era debido a que hablara Pere Aragonès ni Ada Colau, aquellos que lo plantan en la foto oficial. Era algo más genérico.
Gestos y muecas extrañas de Felipe VI en Barcelona, se siente a disgusto
El malestar real era evidente tan pronto como llegó a la mesa y ocupó su silla presidencial. Hizo un gesto muy extraño con la cabeza, girándola de un lado a otro, mirando al cielo y frunciendo el ceño. Tenía ganas de ofrecer su discurso y empezar a cenar; no por hambre, más bien porque así la tortura acabaría más temprano. Cuando acababa la perorata la cara era delatora, se había quitado un peso de encima. Ya solo quedaba dormir sus buenas 8 horas y rematar el trabajo abriendo el congreso de tecnología el lunes por la mañana, pasear por los estands y marcharse con Letizia y Sofía a palacio. Pan comido. De hecho, esta mañana se le ha visto más contento en l'Hospitalet de Llobregat; el reloj volvía a su velocidad normal y veía la luz al final del túnel: los de la Gran Vía, las rondas y la AP-2. Misión cumplida.
Felipe VI se siente a disgusto en Catalunya, un sentimiento que muchísimos catalanes sienten de manera recíproca. Si no volviera no pasaría nada, todos felices.