El España-Italia de la Eurocopa nos dejó una exhibición futbolística de 'La Roja' y mucho chup-chup en el palco. El estadio Veltins-Arena, en Gelsenkirchen, recibió la visita inesperada de Felipe VI. Una presencia, justo después de los fastos por la conmemoración de los 10 años de reinado, que levanta polvareda. Sobre todo por la persona con quien compartió asiento presidencial: un imputado por corrupción, Pedro Rocha, presidente de la Federación Española de Fútbol. El escogido por el penoso Luis Rubiales, y que se aferra al cargo como una garrapata. Claro, a 634.518,19 euros brutos al año, como para soltarlo. Rocha fue impuesto por la UEFA, en contra del criterio del Gobierno, que quería colocar al dirigente del Centro Superior de Deportes junto al Jefe del Estado, tratando de evitar la proyección de una imagen pésima. Cosa que, finalmente, es lo que ha ocurrido.
Rocha, un tipo absolutamente nefasto, que ignora el fútbol femenino y el Barça, por ejemplo, pero pierde el culo por hacerse la foto con el Madrid de Florentino Pérez, vivió ayer una de aquellas noches que explicará a sus nietos, bisnietos y cuadrilla del bar hasta el final de sus días. El monarca es una gran medalla para él, y aprovechó la ocasión al máximo. Pegajoso, exhibicionista, pelota. Exagerado en cada gesto, en cada "confidencia" y chascarrillo con Felipe VI, provocó momentos de incomodidad. La cara de Felipe, mientras su acompañante se le acercaba demasiado para hablarle al oído, es inapelable. Ahora bien, el extremeño es inasequible al desaliento. Y siguió tirándole los trastos. Durante todo el partido. Al final, Felipe VI cayó rendido.
El buen juego de la selección y la victoria (corta) ayudó a ablandar la situación. Y la imagen más potente, compartida por el escritor, periodista y tuitero Fonsi Loaiza, es la que recuerda una ocasión errada por los Lamine, Nico, Pedri y compañía. Las muecas del rey, desmesuradas e incluso ridículas, fueron acompañadas de un pequeño choque entre ellos. Rocha se le tira encima, Felipe responde con un saltito, pensando que cantaría gol. Después, el Borbón juntaba las manitas de manera infantil, lamentándose, mientras Rocha tenía la mano en la cara. Definitivamente, ya eran íntimos. De la incomodidad al éxtasis.
El rey acabó el partido en el vestuario de la selección, felicitando a los jugadores, flipando con la juventud de algunos de los integrantes del equipo y recibiendo una camiseta personalizada del combinado nacional. Todo con Pedro Rocha haciendo de carabina, su nuevo mejor amigo. Un amigo de aquellos que mejor tenerlos lejos, pero España es así.