Felipe VI no pasa por su mejor momento vital. No es la alegría de la huerta, y tiene muchos motivos para ello. El panorama es desolador, recibe por todos lados. Letizia, Del Burgo, Juan Carlos, los ultras... Todo se ha puesto de culo. Y a pesar de intentar torear los embates de sus miserias, lleva más cornadas que el torero tuerto Juan José Padilla. Imposible esconder su amargura, enfado y repulsión. No lo consigue, no es tan buen actor.

Actor, sí, porque al fin y al cabo es lo que hace un rey moderno: interpreta un papel para mantener un chollo de privilegios infinitos. Un bien que hay que proteger por todas las vías posibles, y eso significa también aguantar determinadas cosas. Como por ejemplo, una infidelidad tan sórdida como la que hace pública el excuñado Jaime del Burgo. En un matrimonio convencional, este tema se habría tratado de manera seria y radical. En el caso de los Borbones, sin embargo, todo va al mismo lugar: bajo la alfombra, con toda la porquería. Es cuestión de vida o muerte: por la corona y por la continuidad del imperio en la figura de Leonor, la siguiente de la lista. Hay que representar una farsa. Y no siempre se consigue.

Felipe ha decidido llenar su agenda oficial de actos y eventos, de recepciones y entregas de todo tipo de distinciones. Lo que haga falta para coincidir el menor tiempo posible con su mujer. Un hábito que incluso se ha ampliado a su vida de pareja: los fines de semana hace planes paralelos y en solitario. Hay distancia, seguramente el mejor remedio para aliviar la presión interna. Sin embargo, esta mañana se han visto escenas relevantes en Zarzuela, durante los dos actos programados para el monarca: dos audiencias reales. En la primera de ellas, atendiendo a la revista legal "El cronista del estado social y democrático de derecho", ha aparecido con esta cara de hartazgo. Pero no ha sido la más impactante, no.

Felipe / GTRES

Tiempo después, la cita era con los rectores de las universidades españolas. Una visita que ha acabado con una fotografía en los jardines de Zarzuela, donde recientemente se ha instalado el último retrato de la reina Letizia. No, no hablamos del de Annie Leibovitz, efectuado justamente el día del aniversario del suicidio de su hermana. Se trata de una escultura de un artista mallorquín, Lolo Garner, y que la regaló a los monarcas. Una figura en acero de grandes dimensiones, y que ha generado este gesto de asco del monarca al detectarla a lo lejos. Los fotógrafos de agencia han recogido una escena que habla perfectamente de los días tan extraños y penosos que vive el matrimonio real. El del cuento de hadas que se ha convertido en folletín turbio y adictivo.

Retrato de Letizia / GTRES
Felipe con cara de asco a GTRES