Son momentos difíciles para el rey Felipe VI. Su relación con la reina Letizia lleva tiempo al borde del abismo. Desde que estalló la primera crisis matrimonial en 2013, la cosa no ha dejado de ir a más. Y en el último año, sobre todo después de las revelaciones de Jaime del Burgo acerca de presuntas infidelidades de Letizia, el matrimonio ha tomado una deriva imparable. No son pocas las fuentes que hablan de un cese de la convivencia de puertas para dentro y de un posible divorcio en un futuro no muy lejano.
Pero su relación con Letizia, deteriorada desde hace tiempo, no es lo que más preocupa al monarca. Lo que tiene al rey sumido en una profunda tristeza es la relación que mantiene actualmente con su padre, el rey emérito Juan Carlos I. Felipe lleva tiempo distanciado del exmonarca y siguen sin solucionar sus diferencias. Algo cambió en 2015, cuando Juan Carlos I fue presionado para abdicar. Y la cosa fue a peor cuando fue ‘expulsado’ a Abu Dabi. Felipe lo hizo por el bien de la monarquía y por preservar el futuro reinado de su hija Leonor. Pero ha tenido que pagar un precio demasiado alto: la ruptura total con su padre.
Felipe VI, entre reconciliarse con su padre o preservar la imagen de la monarquía
La cosa toma un carácter más complicado en el contexto actual: la salud de Juan Carlos I está muy deteriorada. Su declive no tiene freno y sus problemas de movilidad aumentan de forma irreversible. Lo cierto es que se le ve muy perjudicado en las instantáneas que han trascendido de su fiesta de cumpleaños, celebrada el pasado 5 de enero en Abu Dabi, y a la que acudieron familiares y amigos cercanos. Obviamente, entre ellos no estaba Felipe VI.
Ahora Juan Carlos afronta un futuro incierto en el que los médicos apenas le dan esperanzas de mejora. El emérito está avisado: está condenado a pasar el resto de sus días en una silla de ruedas.
Felipe VI, hundido en su tristeza
Ahora Felipe tiene uno de los mayores dilemas que ha tenido que afrontar como rey: mantener la situación actual y evitar cualquier perjuicio a la monarquía o aceptar que su padre vuelva a España de forma definitiva, con las consecuencias que ello traería para la imagen de la corona. Es decir, actuar como rey de España o dejarse llevar por los sentimientos entre padre e hijo.
La situación tiene a Felipe sumido en un estado de tristeza profunda al ver que, probablemente, Juan Carlos I abandone este mundo sin que hayan limado asperezas. El personal de Zarzuela le ha visto llorar en más de una ocasión en silencio por el panorama complicado que le ha tocado afrontar.