El matrimonio real de Felipe VI y Letizia ha sido objeto de numerosas especulaciones y rumores desde sus inicios. Aunque se dice que el flechazo entre ellos fue inmediato, la realidad de su relación ha estado marcada por desafíos y tensiones desde el principio. Desde que anunciaron su compromiso en Zarzuela, la pareja ha trabajado incansablemente para proyectar una imagen de estabilidad y felicidad, pero tras la fachada de armonía se esconden secretos que ponen en duda la autenticidad de su vínculo.
El camino hacia su unión no estuvo exento de dificultades. La corte juancarlista mostró su resistencia a aceptar a Letizia, quien, como una joven plebeya y divorciada, no encajaba en el perfil tradicional que se esperaba de una futura reina. Con el tiempo, y a pesar de la presión mediática, la pareja ha tratado de convencer al mundo de que su relación se basa en el amor y el aprecio mutuo. Sin embargo, voces críticas han sugerido que su unión podría estar más relacionada con la ambición y el poder que con los sentimientos genuinos.
La crisis entre Felipe VI y Letizia se agrava sin marcha atrás
Desde 2012, la Casa Real ha enfrentado múltiples crisis, especialmente tras el escándalo del Caso Nóos y los problemas asociados a Juan Carlos I. Mientras que las dudas sobre la sinceridad de su relación se intensifican cuando se consideran las afirmaciones de David Rocasolano, primo de Letizia. En su libro "Adiós, princesa", menciona que la pareja ocultó aspectos del pasado de la entonces periodista, dejando al descubierto las inquietudes sobre su verdadera naturaleza.
Por su parte, Jaime Del Burgo ha deslizado, mediante sus declaraciones acerca de presuntas infidelidades de la reina, que el matrimonio de Felipe y Letizia no es más que un acuerdo basado en intereses mutuos. Esta teoría ha sido reforzada por otros periodistas como Pilar Eyre y Jaime Peñafiel, quienes sostienen que, a pesar de las apariencias, su relación se ha vuelto puramente funcional, con una separación emocional evidente.
En este contexto, Felipe VI decidió que lo más sensato sería solicitar a Letizia que abandonara Zarzuela y que cada uno siguiera su camino en un acuerdo que beneficiara a la monarquía. A pesar de esta separación, Letizia ha optado por quedarse en el Pabellón del Príncipe, mientras que Felipe ha tomado residencia en los aposentos de su madre, a un kilómetro de distancia.
Juntos en público, separados en privado
En la vida pública, la pareja ha continuado proyectando una imagen de unidad, presentándose en eventos oficiales como un equipo de trabajo. Sin embargo, esta relación profesional contrasta con la ausencia de conexión personal. Este distanciamiento se ha convertido en una rutina; la pareja apenas se ve fuera de los compromisos reales, lo que hace que su situación se vuelva cada vez más insostenible. Y poco a poco ya ni eso, pues Letizia se está quedando cada vez más fuera de los actos institucionales.
Mientras tanto, la consorte ha capitalizado su posición dentro de la Casa Real, asegurándose un rol protagónico y un estilo de vida que supera lo que hubiera logrado en su anterior carrera periodística. La presión por mantener una imagen pública favorable, especialmente en la preparación de su hija Leonor para el trono, parece ser un objetivo común, pero el costo de esta fachada se vuelve cada vez más evidente.