Fin de semana de intensa actividad en torno a los royals españoles: los hemos visto hacer prácticamente de todo, incluso trabajar. Concretamente Letizia, que presidía la final de Copa de la Reina en Zaragoza, en la que el Barça ganó por un contundente 8-0 a la Real Sociedad. La actuación de la consorte en el palco habrá sido mejor o peor, pero cuando menos, ha currado. No así el resto, empezando por Juan Carlos y Elena, en Sanxenxo entre barcos, marisco y estrategias, o Victoria Federica, la más inquieta: hípica, toros, juerga. Y tiro porque me toca. No ha trascendido lo que ha hecho al resto de parientes de la saga, en algunos casos por motivos obvios, como Froilán, Leonor o Sofía, y en otros un poco más enigmáticos: Felipe VI, de Rodríguez en la Zarzuela. Una costumbre, por otra parte, frecuente desde el estallido del caso Jaime del Burgo. Aparte de los famosos retratos familiares por el aniversario de boda, ni rastro.
Puede ser que la ausencia de planes conocidos del rey, más allá de las teorías más sangrantes sobre su vida íntima, se debe al resurgimiento del conflicto con el patriarca Borbón. Parecía que la famosa comida del cumpleaños de Elena abrió un periodo de tregua y de relajamiento de las medidas cautelares impuestas al emérito, pero Juan Carlos es un inconformista por naturaleza. No le basta con visitar España cada dos semanas, vivir a caballo entre Ginebra y Abu Dabi sin declarar ni un céntimo, y asistir a eventos internacionales, dónde coincide por motivos de protocolo con su hijo, su nuera e incluso su esposa Sofía. También quiere recuperar a las nietas, Leonor y Sofía, especialmente a la primera. Es la princesa y heredera, la que pasará a la historia, y quiere ser retratado con ella para la eternidad. Se tendrá que conformar con las instantáneas de infancia, o las fotos privadas de la fiesta de la mayoría de edad. Ni juras, ni ejército, nada. Vetado. Es tóxico.
Felipe ha rechazado enviar la invitación a su padre en cada acto oficial protagonizado por la heredera, manteniéndola fuera del influjo del abuelo. La reacción del emérito, filtrada a través de su entorno, es la de tristeza, decepción, enfado y rabia. Por eso ha protagonizado algunos episodios surrealistas, como cambiar la ruta del vuelo desde Sanxenxo a Ginebra, con un aterrizaje fantasma en Zaragoza, sede de la Academia General Militar de Leonor. Se especuló con una posible aparición del emérito por el cuartel, pero nunca se ha acabado de confirmar. También supimos de un nuevo intento, con la excusa de la 'rejura' del propio Felipe VI, hace pocas semanas. El escenario, el mismo, la AGM, con Leonor de espectadora de lujo. Pidió ser invitado porque "está mayor y no quiere perderse acontecimientos importantes". ¿La respuesta? No. "No forma parte de la historia". El cisma volvía a abrirse.
Pues bien, apunten la fecha límite: 15 de julio. Aquel día la princesa Leonor dirá adiós a Aragón con la ceremonia de graduación. Un acto solemne para cerrar el curso y empezar una nueva etapa en Galicia, en la escuela naval de Marín, curiosamente muy cerca de Sanxenxo. Juan Carlos, informa 'Monarquía Confidencial', ya ha enviado una nueva solicitud para asistir a la cita. Después de las negativas anteriores, no se entiende realmente la conducta del emérito, pero cada nueva afrenta de Felipe es un torpedo que podría pagar muy caro. Veremos si el rey claudica o si se mantiene firme. En todo caso, la tensión se dispara. Serán dos meses calientes.